por Irene Bianchi


El dolor va a disminuir con el paso del tiempo. Nos vamos a recuperar, sin lugar a dudas. Porque el ser humano es más resiliente de lo que piensa. Porque el instinto de supervivencia hace que nos pongamos de pie y sigamos adelante. Y además porque tenemos hijos y nietos, por quienes hacerlo.
Pero hoy, el dolor y la angustia nos estrujan el alma. Aun cuando el agua no haya entrado a nuestras casas ni hayamos perdido a ningún ser querido, el dolor de los inundados es el nuestro, literalmente. Imposible no identificarse, no sentir en carne propia, no ser uno con cada uno de ellos, de nosotros. Imposible no compartir esa desazón, esa tristeza profunda, esa bronca, esa desesperación.
Porque en esta ciudad, en este pueblo grande, en esta Gran Aldea, prácticamente nos conocemos todos. Somos vecinos, parientes, amigos, conocidos. Eso es lo lindo de La Plata, lugar en el mundo que me adoptó al venir a estudiar a la Universidad, como a tantos otros que eligieron quedarse y echar raíces.
Transitar las calles de La Plata, hoy a pleno sol –afortunadamente- , y ver todos esos trastos en las veredas, esos autos, puertas y ventanas abiertos de par en par, ventilándose; esos vecinos barriendo basura, escombros, barro, hojas, mugre; ver esa postal de guerra es sencillamente desgarrador, lacerante, conmovedor.
La mirada perdida, triste, desconcertada. Las frases más oídas: “Perdimos todo”, “Gracias a Dios, estamos vivos”; “Menos mal que pudimos refugiarnos en el techo, la terraza, la planta alta”. “Si no fuera por los vecinos, me habría ahogado”.
Electrodomésticos, computadoras, muebles, fotos, libros, documentos, ropa, juguetes, recuerdos: la historia de cada uno arrasada por el agua y el barro. La historia de cada uno, en un contenedor, esperando ser llevado a la quema, al olvido.
Que ningún político por encumbrado que sea, que ningún funcionario, que ninguna agrupación partidaria se arrogue la infinita solidaridad de nuestro pueblo. Que los responsables de tanta desidia y falta de inversión y previsión, agachen la cabeza y se hagan cargo de su enorme responsabilidad. Que pidan disculpas públicas, por cadena nacional si es necesario, por su inoperancia y falta de reacción. Que tengan la dignidad de renunciar si no están a la altura de las exigencias de sus cargos. Que no nos persigan ahora con las fechas de vencimiento de impuestos y tributos al Fisco. Porque tenemos que reconstruir nuestras casas. Porque tenemos que reconstruirnos. Y lo haremos. Contra viento y marea.