Fui una de las miles de personas que el “18 A” colmaron la Plaza Moreno de La Plata, ciudad que aún no sale de su estupor por la tragedia vivida el 2 de abril (fecha simbólica, si las hay). Debo decir que los reclamos que se hicieron, a través de pancartas caseras y cánticos improvisados, no tenían que ver con intereses individuales o egoístas. Este fue un reclamo eminentemente social. Lo que todos y todas pedíamos, civilizadamente, es que no se avasallen más nuestros derechos; que se termine este modo caprichoso, autoritario y despótico de gobernar; que se investigue y elimine la corrupción; que no avancen también sobre el último bastión: la Justicia; que se nos tome en cuenta y se nos respete a los que no comulgamos con el kirchnerismo, sin descalificarnos por pensar diferente.
Hubo un emotivo minuto de silencio por los que murieron en la inundación. Más de medio centenar. Alguien leyó sus nombres. Pero estamos convencidos que quedan muchos nombres sin leer, muchos muertos sin “blanquear”. Le corresponde al Municipio, cuyo desempeño en esta emergencia dejó y sigue dejando muchísimo que desear, sincerarse al respecto, con el Intendente Bruera a la cabeza, una de las figuras más duramente criticadas durante la Marcha.

Más allá del lacerante dolor que se respira en La Plata, la masiva participación ciudadana del “18 A” me encendió una lucecita de esperanza. No todo está perdido, creo, si nosotros, el pueblo, participamos, reclamamos y resistimos, siempre dentro del marco de la ley, sin violencia, a través de nuestra legítimas herramientas: la voz y el voto.