Por Irene Bianchi

“Dadyman. Recuerdos de Barrio”: Cine Teatro Victoria, Berisso.     
       
En su espectáculo unipersonal, Dady Brieva se define como “el cronista de una época sin registro”. Para quienes pasamos los 50, como él, eso suena absolutamente cierto. En nuestra infancia, no había filmadoras ni cámaras digitales, y mucho menos, teléfonos celulares. Con suerte, sobrevive alguna que otra foto en blanco y negro, de un veraneo, un cumpleaños o una cena navideña. Quedan, eso sí, los recuerdos: aromas, sabores, sonidos, imágenes, texturas, emociones, todas almacenadas en nuestro “disco rígido”, que afloran cada tanto ante un estímulo del momento presente, y humedecen nuestra mirada nostálgica.
Es obvio que Dady ha sido siempre un meticuloso observador, condición “sine quanon” de todo actor que se precie de tal. De otro modo, no conservaría tan intacto en su memoria, todo el arsenal de detalles de la vida cotidiana de la Santa Fe de su infancia, que describe con tal precisión durante las casi dos horas de “Dadyman”.
El inmediato “rapport” y empatía que Brieva logra con su público, se deben seguramente a que, “casas más, casas menos”, muchos de sus coetáneos compartimos  paisajes similares: calles de tierra; casas bajas que se iban agrandando a medida que llegaban los hijos; gallinero y huerta en lo de los abuelos; la radio y más tarde el “combinado” como centro de la vida familiar; la llegada del televisor, con tubo y válvulas, y una antena que había que redireccionarla tras las tormentas; el calefón eléctrico; los inviernos mucho más gélidos que los de ahora; las grandes comilonas con todos los parientes, con manjares caseros que hacían caso omiso del colesterol.
Dady va hilvanando recuerdos, mechándolos con fragmentos de canciones, componiendo personajes, poblando la escena literalmente vacía, proyectando una suerte de película virtual, mientras los espectadores hacen lo propio en sus cabezas. Y ésa es la clave del éxito de esta propuesta: abrir un arcón que contiene, no sólo la historia del relator, sino la memoria colectiva de quienes se ríen a carcajadas y también se emocionan-sin golpes bajos- a lo largo del show.
Claro que el ingrediente fundamental de esta sabrosa receta es la gracia del intérprete, su espontaneidad, su frescura, su desfachatez, su chispa, su picardía, su oficio. El escenario es indudablemente su lugar en el mundo. Ahí se siente a sus anchas, cómodo, disfrutando y paladeando cada palabra, divirtiéndose como un chico, como ese chico travieso que conserva intacto en su interior.
Uno siente que a Dady Brieva este monólogo- años de psicoterapia mediante- le sirve asimismo como una manera de reencontrarse con su padre, hombre de pocas palabras, duro, autoritario, parco en la demostración del afecto. A través del humor, su herramienta fundamental, el actor “exorciza” esa figura, y se reconcilia con él, con una mirada ya adulta, comprensiva, llena de ternura y complicidad.
“Dadyman”: alegre ceremonia de recuerdos compartidos.