por Irene Bianchi

 

¡Estoy feliz, Diario, porque llegó la primavera! ¿Te diste cuenta? ¿Viste que una florece en esta estación? Te dan ganas de abrir las ventanas, dejar entrar la brisa, arreglarte más, renovarte, comprar plantines con flores, hermosear la casa, sacar yuyos,  vestirte con colores claros, ordenar, limpiar… Bueno, esto último, más o menos, porque yo no soy la loca de la limpieza, ¿viste? El desorden sí me saca la cabeza. Una amiga me dijo que es porque tengo mucho desorden interior. Puede ser. Acomodar afuera, me ordena por dentro, como un efecto espejo. Mi mamá dice que yo, más que ordenar, escondo. Si abro los placares, se me viene todo encima. Pero, a puerta cerrada, está todo prolijito. Y lo que importa es lo que se ve, ¿no? ¿Cómo que no? No seas atrevido y no me re-preguntes, Diario, que te cierro como a mis placares, eh!
Hablando de eso, cuando guardamos la ropa de invierno, y sacamos la de primavera-verano, es buen momento para regalar lo que no nos pusimos ni una sola vez. Cuesta, ¿no? Nos apegamos a los trapos como si fueran personas. O más. “¡Ay, no! Esto me lo compré para los 15 de la nena. Esta blusa, comprada en la Quinta Avenida, cuando me daba el cuero para viajar. Y este vestidito, para mis Bodas de Plata. Y éste más escotado, para la fiesta de divorcio…” Y así seguimos guardando ropa que nunca nos volveremos a poner, porque no nos entra, o porque pasó de moda, o tiene una manchita rebelde que nunca saldrá, etc, etc., etc.
Según el feng shui, hay que liberarse de lo viejo, para dar lugar a lo nuevo. Dejar espacio, hacer lugar. Tiene sentido, ¿no? Pero no es fácil. Acumulamos sin prisa y sin pausa, como si nos pudiéramos llevar algo. Insensato, querido Diario.  La mortaja no tiene bolsillos, ya lo sé.
Esto se pone más en evidencia cuando nos tenemos que mudar de una casa grande a un monoambiente. Dicen que mudarse causa casi el mismo stress que divorciarse o perder a un ser querido. Porque una se ve en la obligación de elegir qué conserva, qué regala, qué tira. Un bolonqui. Ni hablar de las horas que se te van mirando fotos viejas. Hay que tener carilinas a mano, porque moqueás de lo lindo.
Y también tomás conciencia de la cantidad de gente que ya no está. O se mudaron a la quinta del Ñato, o viven afuera, o  te peleaste y ni te acordás el motivo, o les perdiste el rastro. Aunque ahora con facebook, podés buscarlos. La tecnología tiene sus ventajas, ¿sabés? Rastreás a tus compañeritos de la primaria, de la secundaria, de la facultad, a tus viejos vecinos de otros barrios. Está bueno.
Pero yo prefiero escribirte, ¿viste? Y a mano. Porque los mails se borran, no es lo mismo. Las cartas de amor manuscritas, por ejemplo, ya no existen. Esas cartas que se van poniendo amarillentas con el paso de los años, atadas con una cinta descolorida, tal vez con unos pétalos de rosa, secos, entre las hojas. ¡No vas a comparar eso con un archivo de la compu! Cero romanticismo, cero encanto, cero glamour.
Si un día se caen todos los sistemas y se pierde todo lo que encierran los discos rígidos, no va a quedar ni huella de nada, ¿te das cuenta? Y no es que me ponga apocalíptica, querido confidente, pero hay todo tipo de profecías al respecto, que no son nada alentadoras. Tormentas solares, meteoritos gigantes ¿serán meteorotes?), choques de planetas, maremotos, terremotos, y demás desastres posibles, que ponen en riesgo nuestra permanencia en este minúsculo globito terráqueo.
Así  que, hay que ir largando lastre, no acumular más, andar ligeros de equipaje, livianitos, sin mochilas pesadas ni vetustos baúles. Con lo puesto, que alcanza y sobra, ¿no te parece?
Ya sé  que esto se riñe con el consumo y con las leyes del mercado. Hablando de mercado, yo ahora voy a hacer las compras con mi viejo changuito, para no seguir juntando bolsitas de nylon, que contaminan el planeta. Volví a mi vieja bolsa de mandados, que  tenía arrumbada en el galponcito. Y si tengo que elegir entre el hiper ó el super, y el almacén de mi barrio, prefiero la segunda opción. Por varias razones: compro lo justo y no me tiento con pavadas superfluas; favorezco al pequeño comerciante local: y –como si esto fuera poco- el tipo me fía porque me conoce. Anota lo que debo, y listo el pollo. ¡Aguante la libreta del almacenero, hoy como ayer!
¡Cómo me voy por las ramas, Diario! Empecé hablando de la primavera, y termino en el almacén. ¡Qué dispersa, ¿no?! Pero bueno, charlar con vos es como pensar en voz alta. Saltar de un tema al otro, de rama en rama,  de brote en brote, de flor en flor. ¿Ves? Ahí volví. Y ahora, si no te molesta, me vopy a hacer un poco de “Spring cleaning”, que no viene nada mal. ¡Hasta la próxima, querido Diario! No me extrañes.