por Irene Bianchi

Ya sé  que soy vagoneta, Diario. No me retes por no retomarte antes. Es que no me alcanza el tiempo, te lo juro. Yo no sé qué corno pasa con el tiempo últimamente. Se esfuma, se escapa, se escurre. ¿Te das cuenta que ya pasó más de medio año? En cualquier momento, nos empezamos a formular las tan temidas preguntas: “¿Con quién pasamos las Fiestas? ¿Qué me toca? ¿Vitel thoné o pionono?”
Me da pánico, vértigo. Después de cierta edad, la vida vuela. No sabría precisar si el fenómeno se da a partir de los 15, los 20, los 40 ó los 50, pero que en algún momento se da, se da. Y los que más te lo hacen notar son los hijos. Todavía atesorás en la billetera esa fotito ajada del primer día de jardín, vos y él llorando a moco tendido, ¡y resulta que los muy impertinentes ya están por terminar la facultad! ¡Socorro! ¿Qué pasó?
Igual, peligro de que se casen pronto, no hay. Entre que el matrimonio parece estar en riesgo de extinción, el laburo escasea, y los alquileres son prohibitivos, los chicos se quedan en casita, con pensión completa, para ellos y sus novias/os. “¡La famiglia unita!”.
No me quejo. Cuando la casa está invadida, me rajo al cine. No me molesta ir sola, ¿sabés? Me compro un balde grande de pochocho y una gaseosa (eso sí, light), y disfruto hasta de las colas, bah, “trailers”, como se dice ahora. “Sex & the City 2” ya la vi como 3 veces. Si alguna amiga me invita, le digo: “Ah, dále. Todavía no fui.” No es la gran película, ni mucho menos. ¡Pero esa ropa, esos zapatos, esas carteras, esos sombreros, esos accesorios, esos vestidores! Ah, sí. Los paisajes también. Y los tipos. Y New York. Y Liza.
Dicen que Sarah Jessica Parker se queda con todas las pilchas que le prestan. Y hasta garronea los muebles. ¿Será cierto? Me da una envidia indisimulable. Es que de chica fue pobre, y le quedó esa hambruna de consumo, ¿viste?
Y la peli tiene sus temitas, eh. No será Bergman ni Woody Allen ni Almodóvar, pero tampoco son sólo trapos glamorosos. La maternidad, por ejemplo. No sabés cómo entiendo a Charlotte cuando teme perder a su babysitter pechugona más que a su marido. O cómo Miranda extraña su trabajo cuando decide renunciar. O los calores menopáusicos de la insaciable Samantha. O las dudas existenciales de Carrie, que se debate entre su sofisticado domicilio conyugal, y su cálido y bohemio bulincito de soltera; entre su actual y su ex; entre su aburguesada vida matrimonial y su alocada libertad perdida.
Y esa escapada entre amigas, ese darse permiso para “abandonar” el nido por un rato y recuperar cada una su individualidad, sin roles, ni culpas, ni mandatos, ni rollos. ¡Qué recreo!
Es que todo no se puede, Diario. Quiero decir: no podés soñar con el Príncipe Azul, casarte, tener hijitos, ser un ama de casa perfecta, realizarte como profesional, conservar tu independencia, ocuparte de tus viejos ya viejos, aggiornarte con la tecnología, cultivar tus amistades, cuidar la carrocería y el interior, ser buena vecina y mejor anfitriona, defender el mango, preocuparte por el calentamiento global, evitar la osteoporosis, aprovechar las liquidaciones, zurcir, tejer, coser, ¿y nunca más abrir la puerta para ir a jugar?
¿Será por eso que nada nos alcanza? Siempre estamos insatisfechas. Gatafloras.
No sé  qué opinarás vos, pero yo creo que ya es hora que nos relajemos y nos permitamos disfrutar “lo que supimos conseguir”, como dice el Himno. Basta de pretender ser Wonder Woman ó Bo Derek, la Chica 10. ¡Uy! ¡Qué antigüedad! ¡Mirá de las minas que me acuerdo! A esta altura, deben estar tan veteranas como yo. O más.
Aunque hay mujeres que envejecen bien. La Loren, sin ir más lejos. Tendrá  algún que otro retoque, no lo niego, pero no perdió ni una pizca de belleza, clase y sex-appeal. En cambio a la Bardot le pasó un Scania Vabis por encima. Está hecha un pergamino, Brigitte. Casi es mejor morirse joven, ¿no? Mirála a Marilyn, si no, eternamente fresca y hermosa. No tuvo que lidiar con los embates del tiempo la novia de los Kennedy.
¡Ay! ¡Cómo me voy por las ramas, Diario! No puedo mantener el hilo. ¿Será la edad? No, siempre fui medio dispersa. Me dejo llevar por el “fluir de la conciencia”, como Virginia Woolf. No, nada que ver con Quique Wolf. Virginia era una escritora inglesa, que terminó suicidándose como Alfonsina. ¿Ves lo que les pasa a las mujeres muy inteligentes y sensibles? ¿A las que no encajan en ningún parámetro establecido? La Pizarnik fue otra. ¡Bueno, basta! Mejor la corto con este tema, que si no me va a agarrar un bajón de aquellos. Me conozco. Bah, es un decir.
Querido Diario, te prometo ser más ordenada la próxima. Aunque, mejor, no te ilusiones. Burro viejo no agarra trote. ¡Chau, chau!