por Irene Bianchi

Tomando algo de distancia, a escasos días de la catástrofe que sufrió La Plata, nuestra ciudad, todavía aturdidos y desconcertados ante tamaña calamidad, uno no puede dejar de ver que, más allá del fenómeno natural absolutamente inusual e inesperado, fallaron muchos factores que desembocaron en esta situación deplorable.
¿Qué faltó? Obviamente, faltaron obras de infraestructura que debieron abordarse hace años, basadas en estudios serios de gente especializada en la materia. ¿Y por qué no se hicieron? Tal vez porque, como son a mediano y largo plazo, no traen un rédito político inmediato, no lucen; un funcionario las empieza y otro –años más tarde- las inaugura y se lleva los laureles y los aplausos.
Además de esa flagrante e inmoral falta de inversión, (seguramente emparentada con la corrupción, madre de todos los males), y una vez producido el desastre, ¿qué faltó? Faltó capacidad de reacción; una mínima logística que paliara en algo tanta pérdida; una organización elemental que generara cierto orden en medio del caos. Faltó coordinación, liderazgo. Faltó sentido común en la instrumentación de la ayuda y distribución de las cuantiosas donaciones. Faltó gestión. Faltó Estado. Una vez más, ausente sin aviso.
Y al mismo tiempo, y afortunadamente: ¿qué sobró, además de agua? Sobró calidad y conciencia ciudadana. Sobró solidaridad vecinal, altruismo, coraje, generosidad. Sobró en la gente de a pie lo que la clase política – de cualquier bandería- parece carecer. Sobró corazón y garra del hombre y la mujer común. Sobraron ejemplos que los dirigentes deberían imitar, si no quieren perder el tren.
Así como nos asquea el pretendido uso político de esta tragedia, nos enorgullece la actitud de nuestros conciudadanos. Hemos dado claras muestras de que el poder está en nuestras manos, porque nos lo hemos ganado.
Tengamos memoria. Recordémoslo en octubre, y entremos al cuarto oscuro con la mente clara. El voto es nuestra arma. La única opción.