No sólo porque sea latinoamericano, argentino, del barrio de Flores, hincha de San Lorenzo, usuario del Roca, tomador de mate amargo… Nos hace bien por sus gestos, su naturalidad, su espontaneidad, su calma, su austeridad no impostada. Nos hace bien su mensaje claro y sencillo, su llamado al diálogo, a la convivencia en paz, a la solidaridad con los más necesitados. En una época tan desacralizada, tan signada por la confrontación, la crispación y la violencia de todo tipo, sus palabras son un verdadero bálsamo y encienden una luz de esperanza. Seamos o no católicos, todos –creyentes, agnósticos, ateos- todos ansiamos vivir en un mundo más armonioso, más justo, más humano. Y Francisco parece querer decirnos que eso es posible, y que vale la pena intentarlo. Por otra parte, se trata de un hombre común, para nada atado a la pompa, el protocolo ni a rígidas convenciones, lo cual lo acerca a la gente común al ciudadano de a pie, genera empatía y resulta creíble y confiable. Nunca más oportuna su llegada. Bienvenido sea.