Lara Arreguiz, una joven santafesina de 22 años, estudiante de veterinaria en la Universidad Nacional del Litoral, cuya foto se viralizó durmiendo en el piso del Hospital Iturraspe, murió por coronavirus mientras esperaba ser atendida.

Lara era diabética, insulino dependiente, y no había recibido la vacuna. Paradójicamente, Lara vivía en una localidad llamada Esperanza, esa esperanza que se desvaneció y la apagó prematuramente por falta de una pronta atención. Oportuna metáfora para describir crudamente la falta de esperanza que muchos argentinos tenemos, la falta de confianza en la conducción de esta gestión, con sus marchas y contramarchas, con su permanente improvisación, con su absoluta carencia de autocrítica y de diálogo. Todos morimos un poco con Lara, y hoy más que nunca se debería castigar con todo el peso de la ley, tanto a los que se “colaron” y recibieron vacunas anticipadamente, sin ser personal esencial, como a los responsables del “Pfizer gate”, ese rechazo de millones de dosis por motivos aún no aclarados.

Por la memoria de Lara Arreguiz y la esperanza que le arrebataron.

Irene Bianchi para Clarín