Por ser una optimista sin remedio. Tantos días habían pasado sin que la Presidente hablara públicamente, que pensé (ilusa de mí): va a volver con otra actitud: más reflexiva, más humilde, más autocrítica, menos confrontativa. Va a calmar los caldeados ánimos. Va a despejar la incertidumbre en la que estamos inmersos. Me cuesta escucharla, pero vencí mi resistencia y lo hice, esperando un milagro. Que hiciera siquiera mención de la crisis energética, de los miles de ciudadanos que están sin luz hace más de un mes, de la escalada de precios, de la disparada del dólar, del narcotráfico que crece con prisa y sin pausa, como crece la inseguridad. Me pregunté, ¿leerá los diarios no oficialistas?, ¿se enterará de lo que le pasa a la gente, o seguirá embelesada por el relato-canto de sirena de los obsecuentes que la circundan, esos mismos que sonreían embelesados y aplaudían mientras ella hablaba? Para ellos habló, para sus militantes, no para los demás. Sigue sin incluirnos a los que pensamos distinto. Sigue sin querer ver la realidad, sin querer reconocer los crasos errores de su gestión. Una pena. Otra oportunidad desaprovechada.