“Escandinavia”, monólogo escrito por Lautaro Vilo, interpretado por Rubén Szuchmacher. Diseño sonoro: Bárbara Togander. Iluminación: Gonzalo Córdova. Vestuario: Jorge Ferrari. Interpretación de movimiento: Graciela Schuster. Asistencia de dirección: Pehuén Gutiérrez. Dirección: Rubén Szuchmacher-Lautaro Vilo. Producción: Elkafka Espacio Teatral. Teatro Estudio, 3 entre 39 y 40.
“Muchas gracias por venir”, dice el actor, dirigiéndose a los espectadores, convertidos en repentinos asistentes a un velorio. Familiares, amigos, conocidos, curiosos tal vez. “¿Una taza de café?”, “Y sí, ¿qué te puedo decir? Es duro …”, “Una enfermedad de mierda”, “Abrazos”, “Besos”, “Mañana a las 9 salimos para Chacarita”.
Y el personaje queda solo, solo con quien fuera su pareja, su compañero, su amor; solo con quien minutos antes de morir le hiciera prometer que lo enterraría bajo los eucaliptos de la quinta que ambos tienen en Rauch.
En una puesta minimalista, ascética, despojada, Rubén Szuchmacher personifica a ese viudo desgarrado, confundido, dolido y furioso a la vez, embarcado en una aventura que lo hará terminar en una celda, casi como si fuera un asesino serial.
Lo atractivo del texto de Lautaro Vilo y de la soberbia interpretación de Szuchmacher es el tono tragicómico que le imprimen al relato, sin por ello disminuir un ápice el dolor lacerante de la pérdida irreparable. Esas pinceladas de humor distienden, pero nunca quiebran el clima imperante. El público por momentos ríe y al rato se emociona hasta las lágrimas. Se produce una inevitable empatía con ese hombre partido en dos, que no sabe bien qué hacer, que se siente como una marioneta, que piensa en voz alta para reorganizarse, para rearmarse, para seguir adelante con sus clases de teatro, con su vida.
Cerca del final de “Muerte de un viajante”, la obra de Arthur Miller, Willy Loman siente el impulso de plantar semillas en ese pequeño trozo de tierra privado de sol por los edificios circundantes. El protagonista de “Escandinavia” también proyecta plantar semillas en la quinta de Rauch en la que él y su pareja planeaban transcurrir su vejez plácidamente. Y es muy probable que éstas-a diferencia de las de Loman- sí germinen, porque el impulso vital que mueve a este personaje es mucho más fuerte que su instinto de muerte.
Szuchmacher cautiva con sutileza, sin estridencias. Imposible sacarle los ojos de encima. Creíble hasta la médula, su actuación es una clase magistral de teatro, una prueba contundente que no hace falta nada más (y nada menos) que un buen texto, una ajustada dirección, y una excelente interpretación, para que se produzca el sortilegio. Tarea cumplida.