No sé si la comparación es válida, pero se me ocurre imaginar el país como una casa, en la que conviven padre, madre, hijos, abuelos, tal vez tíos, personas que no siempre están de acuerdo, que discuten, pero que en definitiva logran ciertos consensos para seguir compartiendo la vivienda en un clima de armonía. Si la casa se inunda, por ejemplo, lo más probable es que todos pongan manos a la obra, y saquen el agua con cuanto recipiente tengan a tiro. Hay que salvar la casa, los bienes de todos, sin perder tiempo ni energía en pequeñeces. Lo mismo sucedería si se prendiera fuego: todos intentarían sofocarlo, hasta los propios vecinos.

Ahora bien: ¿no somos los argentinos habitantes de la misma casa que está en peligro? ¿No deberíamos dejar de lado nuestras diferencias para enfocarnos en salir de este atolladero? Más allá de quien haya gobernado o de quien gobierne ahora, este barco debe permanecer a flote, sea como sea. Si la gestión de Macri no da en la tecla en muchos temas, pues que pida ayuda, y que la oposición se la brinde sin titubear, sin mezquindades. Y que los empresarios y los sindicalistas también estén a la altura de las circunstancias.

Hoy más que nunca, es vital que la clase dirigente dé muestras de sensatez, humildad, vocación de servicio, colaboración, esfuerzo mancomunado. ¡Basta de soberbia, de cerrazón, de ideologismo, de auto-suficiencia, de confrontación estéril! “¡Argentinos, a las cosas!” Y a salvar la casa, la casa de TODOS.

Publicado en Clarín