“Pocas cosas en la vida son tan importantes como un buen sentido del humor”, decía sabiamente Mark Twain. En efecto, el humor nos salva, aún inmersos en situaciones trágicas. Y afortunadamente, los argentinos conservamos, contra viento y marea, un sentido del humor muy nuestro, con un indiscutible color local, que nos ayuda a desdramatizar y digerir hechos para nada placenteros. Es una suerte que, a pesar de todo y de todos, seamos capaces de ironizar y tomar ciertas cosas en solfa. Es un saludable mecanismo de defensa, un modo de supervivencia muy valioso, que no debemos perder. Y el humor político es nuestra especialidad. ¿Cómo olvidar la magistral “Tía Vicente”, una joya de la sátira? ¿O la “Revista Humor”, valiente en sus humoradas durante la dictadura militar? ¿O al genial Tato Bores, cuyos desopilantes y mordaces monólogos no han perdido ni un ápice de vigencia? Sin omitir a los legendarios capocómicos de la Revista Porteña. De ahí que, cuando estos días se levantó semejante polvareda por la imitación de Capitanich a cargo de Oggi Junco en el programa de Lanata, que hasta llevó a los legisladores del Chaco a reunirse durante 3 horas y exigir un desagravio, eso sí pareció un chiste, y de pésimo gusto. Como si esa provincia no tuviera asuntos realmente acuciantes que resolver. ¿Pueden ser tan solemnes, tan poco inteligentes como para tomárselo a pecho? El humor político es un bastión que debemos defender a capa y espada, es lo poco que nos queda. Resulta un preocupante signo de totalitarismo que se intente descalificarlo y censurarlo.¡Aguanten los imitadores, los Nik, los Sabat, los Quino! Son el mejor antidepresivo del mercado. Sin contraindicaciones ni efectos secundarios.