Es cierto: “Todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario”. Pero cuando el pueblo condena a alguien y cuando la condena social se instala, sacarse ese sayo no resulta tan fácil. “Ladrón! ¡Ladrón!”, le gritaron al vicepresidente Boudou cuando ingresaba a declarar ante el juez Lijo. A pesar de su impertérrita sonrisa, seguramente él acusó recibo de esas exclamaciones, tan opuestas a los vítores de apoyo orquestados y para nada espontáneos en las puertas de Comodoro Py.
Una vez adentro, Boudou hizo la “gran Judas”: desconoció a amigos y socios de un plumazo. Un posible final de este arrevesado culebrón es que el “desconocedor” termine siendo ninguneado y “desconocido” por quienes hasta ahora, aunque muy tibiamente, lo han respaldado.