por Irene Bianchi

“Como un puñal en las carnes”, de Mauricio Kartun. Unipersonal interpretado por Marcelo Allegro. Escenografía, iluminación, musicalización y dirección: Raúl Bongiorno. Teatro Estudio, calle 3 entre 39 y 40.

El Contador Vicente Ramella, “Monterito” para sus amigos, es un tipo común y corriente. Empleado bancario, casado con Carmen hace 25 años, un hijo, lleva una vida ordenada, rutinaria tal vez, pero segura, sin sobresaltos. El diablo mete la cola y sucede lo inesperado. Monterito se agarra un metejón con Sandrita, la empleada doméstica de 17 años. Y el escenario del flechazo no es precisamente una cena romántica con velas, sino una vulgar pelopincho, en una tórrida noche de verano.
El podría haber elegido no tirarse a la pileta (literal y metafóricamente hablando), pero el deseo es más fuerte, irrefrenable, incontenible. Tal vez ésta sea la única (y última) trasgresión de su vida gris y chata. Claro que el precio que deberá pagar es alto. Tiene un costo abandonar el redil, apartarse del rebaño, ceder a la tentación. Estamos ante una tragedia con final anunciado.
El dramaturgo argentino Mauricio Kartun (1946), autor de tantísimas piezas (“Chau Misterix”, “La casita de los viejos”, “Cumbia morena cumbia”, “Rápido nocturno, aire de foxtrot”, “El niño argentino”, “Ala de criados”, “El partener”, entre muchas otras), escribió “Como un puñal en las carnes” en 1996, especialmente para su amigo Ulises Dumont. El actor tenía indudablemente el “physique du rôle” para personificar a este anti-héroe. El título de la obra es una línea del tango “Pasional”, de Jorge Caldara y Mario Soto: “Te quiero siempre así, estás clavada en mí, como una daga en la carne”. El lenguaje y la temática de Kartun es tan nuestra, que al espectador le resulta imposible no identificarse.
Marcelo Allegro logra un “capo lavoro” con su Monterito. Su patético personaje transita con absoluta verdad todos los estados: la duda existencial de largar lo conocido y aventurarse; la entrega sin retaceos a la pasión que lo devora, y la angustia y desazón del triste final. La segunda escena, en la que hace el amor con esa pelopincho naranja – mezcla de cama, ring, amante, libertad, pasión, desborde, goce- es una perlita inolvidable.
El actor cuenta con un aliado de lujo: Raúl Bongiorno lo dirige con maestría, alternando sabiamente los climas de una pieza tramposa, que genera risas y emoción, por sus ribetes grotescos. Por otra parte, la funcional escenografía ideada por el director, es un alarde de originalidad e ingenio.
“Como un puñal en las carnes”: ese oscuro objeto del deseo.