por Irene Bianchi

“Babilonia – una hora entre criados”, de Armando Discépolo, por el Taller de Teatro de la Universidad Nacional de La Plata: Elenco: Gustavo Sala Espiell, Sonia Simó, Morena Pérez, Adrián Di Pietro, Horacio Martínez, Alicia Juliánez, Laura Otero, Oscar Molinari, Laura Lago, Ignacio Ardaiz, Oscar Sierra, Mónica Wlasiuk, Omar Gioiosa, Ricardo Berenguer, Ariel Perera. Iluminación y musicalización: Luis Viola. Escenografía: Quique Cáceres. Asistentes de dirección: Maricel Beltrán, Mariela Mirc, Jorge Romero. Dirección: Norberto Barruti. Calle 10 e/ 54 y 55. Sábados 21 hs. 
El dramaturgo Armando Discépolo (1887-1971), fue el creador del “grotesco criollo”. Atraído por la temática aportada por los inmigrantes, les dedicó casi toda su producción, pero- a diferencia de autores como Vacarezza- tomó cierta distancia de la exterioridad pintoresquista del sainete, para desenterrar los hondos conflictos que acosaban a sus personajes,  ocultos tras una máscara graciosa. “El arte de llegar a lo cómico a través de lo dramático”, como el lo definía.
Sus obras más conocidas: “Entre el hierro” (1910), “Mateo” (1923), “Stefano” (1928), “Amanda y Eduardo” (1931), “Cremona” (1932), “Relojero” (1934), “El Organito” (1925), ésta última escrita en colaboración con su hermano, Enrique Santos.
   La acción de “Babilonia” (1925) transcurre en dos planos bien definidos: abajo los sirvientes (gallegos, tanos, un alemán, una francesa, una cordobesa, un porteño); arriba, los señores, los dueños de casa, “piojos resucitados” con aires de grandeza, que reniegan de sus orígenes (él: marinero, contrabandista; ella: lavandera).
A diferencia del “sainete porteño”, que exige la acción al aire libre (patios de conventillos, calles de arrabal), el grotesco criollo necesita interiores (cavernas, sótanos, habitaciones). Aquí, el sótano de los criados: oscuro, sórdido, abarrotado, húmedo, asfixiante; el salón familiar, en cambio: luminoso, lujoso, tintineante.
Más allá  del odioso contraste entre ricos y pobres, entre arriba y abajo, los conflictos medulares de “Babilonia” se dan entre los mismos criados, que cargan con sus frustraciones, pesares, amarguras, y apenas si pueden entenderse, con tanta mezcla de idiomas y dialectos. Cada uno sobrevive como puede, en un medio hostil, enfermos de nostalgia, haciendo denodados esfuerzos por adaptarse a una tierra extraña, mientras sueñan con volver a su país de origen. La mezquindad y la “avivada” a la orden del día. Todo vale con tal de conservar lo poco que se tiene. La supervivencia del más apto.
El Taller de la Universidad impacta con una puesta contundente de “Babilonia”, con un elenco de 15 actores excelentes, que dan vida a estos antihéroes discepolianos, recreando minuciosamente las distintas etnias de una suerte de Babel subterránea. Todos mantienen sus personajes rigurosamente, aún estando en un segundo o tercer plano. El vestuario de época constituye un valioso aporte de la caracterización.
Si bien el elenco es absolutamente eficaz y homogéneo, se destacan algunas composiciones: el ladino “José”, de Oscar Molinari; el sanguíneo “Piccione”, de Horacio Martínez, el ingenuo “Víctor”, de Adrián Di Pietro.
La detallista escenografía de Quique Cáceres proporciona el marco exacto que la obra requiere, realzada por la ajustada iluminación de Luis Viola, responsable asimismo de la musicalización.
La precisa y avezada dirección de Norberto Barruti logra alternar los diferentes climas de la pieza, pasando del humor al dramatismo en contados segundos. La desgarradora escena final de la escalera provoca un fuerte impacto visual: una imagen que resume y congela –a la manera de un cuadro- la pulsión trágica de estos desterrados.
  “Babilonia”: una propuesta local imperdible, vigente como su autor.