por Irene Bianchi
“¡Ay, Carmela!”, de José Sanchis Sinisterra. Elenco: Elena Roger, Diego Mariani. Diseño de escenografía: Juan Kayser. Diseño de vestuario: Rosa García Andújar. Diseño de luces: Gonzalo Córdova. Diseño de sonido: Rodrigo Lavecchia. Banda sonora: David Peralto, Alberto Granados, Carlos Diez. Producción general: Elena Roger, Diego Mariani. Dirección: José Luis Arellano. Director residente: Edgardo Millan. Teatro Municipal Coliseo Podestá.
En plena guerra civil española, “Carmela” y “Paulino”, una pareja de artistas itinerantes, cual cómicos de la legua, trajinan caminos con sus “varietés a lo fino”. Por error o imprudencia, caen en territorio enemigo, circunstancia que los obliga a “entretener” a la tropa fascista, sin caer en ningun “faux pas”, simulando obediencia y lealtad al Generalísimo Franco, so pena de ser pasados por las armas.
 Ninguno de los dos tiene demasiada conciencia política que digamos, lo cual no significa que no perciban las iniquidades de un régimen que, entre otras perversiones, lleva a condenados a muerte, encadenados, a presenciar el improvisado espectáculo.
Paulino es más complaciente y acomodaticio, y quiere salvar el pellejo a cualquier costo. Carmela, en cambio, se va de boca. Es ingenua y a la vez impulsiva, transparente, visceral. Se resiste a hacer una escena deshonrando la bandera republicana, aunque le vaya la vida en ello.
 Más allá de las referencias geográficas e históricas, la obra del español José Sanchis Sinisterra (llevada al cine por Saura), habla-entre otras cosas- del rol del artista en épocas trágicas. ¿Cuáles son las opciones? ¿Doblegarse para sobrevivir? ¿Resistir?¿Inmolarse?
 La puesta del director español José Luis Arellano es deliberadamente minimalista y austera. Todo está focalizado en la actuación, a la par que la puesta de luces juega un rol protagónico. Los directores (el español y Edgardo Millan) alternan los climas de una pieza que combina humor y dramatismo, comedia y tragedia. Muy bien resuelto el ir y venir de Carmela entre el mundo de los vivos y los muertos.
El contrapunto que logran Elena Roger y Diego Mariani es soberbio. Creíbles hasta la médula, tiernos, vulnerables, desbordados de humanidad. Ambos personajes resultan queribles y generan empatía, a pesar de la actitud diametralmente opuesta que asumen ante la situación límite que enfrentan. Cada cual hace lo que puede. ¿Quién podría juzgarlos?
 Elena Roger se luce como actriz. Sutil, medida, sensible, su Carmela es una criatura deliciosa. Ni hablar cuando canta, sin esfuerzo y con una potencia arrolladora.
 Diego Mariano está a su altura, en un rol complejo, rico en transiciones y dobleces.
Se produjo una falla técnica que obligó a interrumpir la función en el Coliseo durante un cuarto de hora. Sin embargo, esta excepcional dupla salió más que airosa del inconveniente, haciendo gala de un notable profesionalismo y de un oficio admirable, y hasta incorporando a la acción el forzado intervalo. No olvidemos que los personajes estaban dialogando con el técnico de luz y sonido, y “actuando” frente al ejército franquista. Teatro dentro del teatro, “a play within a play”.
  Echando mano a Mario Benedetti: Carmela, una mujer desnuda, desbarata por una vez la muerte.