por Irene Bianchi
En el término de unos pocos días, dos artistas hicieron “mutis por el foro”, o se fueron de gira, eufemismo muy típico del ambiente. Artistas que –tal vez sin conocerse y moviéndose en ámbitos diferentes- tenían muchas cualidades en común. Ambos fueron artesanos de la palabra y del sonido, poetas entrañables, innovadores, creativos, siempre explorando caminos nuevos e invitándonos a transitarlos. En cuanto a su conducta privada y pública, éticos hasta la médula, coherentes, comprometidos. Nunca hicieron concesiones ni abarataron su oficio en pos del  “marketing” ni de la popularidad fácil. Fieles a si mismos, trabajadores incansables y consecuentes, de perfil bajo, cada uno en lo suyo fueron referentes  indiscutibles para quienes nacimos a mediados del siglo pasado y tuvimos la fortuna de vivir nuestra adolescencia y juventud en la efervescente y estimulante década del ’60. En esos fértiles años, en los que la tecnología era apenas una fantasía de H.G.Wells o Bradbury, y el mundo no se había convertido aún en una aldea global, devorábamos las obras de uno de ellos, y escuchábamos las canciones del otro, con una admiración y un goce que aún hoy permanecen intactos.
Gracias Juan Carlos Gené por tu “Cosa Juzgada”, por “Golpes a mi puerta”, por “Ulf”, por “El Herrero y el Diablo”,  por “Copenhague”. Gracias por tu talento y tu honestidad intelectual inclaudicable.
Gracias Flaco Spinetta por tu “Canción para los días de la vida”, por tu “Muchacha, ojos de papel”, por tu “Plegaria para un niño dormido”, por esa “Ana, que no duerme”, por el “Tema de Pototo”, por “El mundo entre tus manos”.
Gracias a ambos por habernos regalado alas, por haber abierto nuestras cabezas y nuestros corazones. Y gracias también por habernos dejado su legado para seguir disfrutándolo. Es verdad que los verdaderos artistas no mueren. Queda su obra.