Hace mucho que el fútbol en nuestro país huele mal, muy mal. Hace años que dejó de ser tan solo un deporte o un sano entretenimiento popular. Hace tiempo que huele a mafias, a negociados, a barrabravas, a violencia, a negocios turbios, sórdidos. Y ahora, la gota que rebasa la copa: presunta corrupción de menores en las inferiores de Independiente. La fiscal que investiga a la supuesta red de prostitución entrevistó a cinco de los 53 chicos de entre 13 y 19 años que viven en la pensión de la institución. Dijo, textualmente: «Los chicos me llegaron a decir que les ofrecían hacerlo por un par de botines o por calzoncillos bóxer». ¿Puede haber algo más abyecto que esto? Uno imagina a esos chicos y jóvenes, la mayoría de bajos recursos, soñando en convertirse en jugadores de excelencia. Y se encuentran con lo peor, una experiencia traumática que les dejará secuelas imborrables de por vida. Esto sale ahora a la luz, pero es muy probable que no sea la primera vez que sucede. Es muy factible que se haya ocultado, como tantas cosas. Esperemos que ahora la Justicia castigue con el máximo rigor a los responsables de semejante atrocidad. Nunca más.

Publicado en La Nación