por Irene Bianchi
                                                                                      
  • ¡Qué olorete, Maite! ¿Qué traés en esa bolsa?
  • ¡Ay, disculpen! No hice a tiempo de pasar por casa y ponerlo en el freezer.
  • Pero, ¿qué llevás? ¿Un gato muerto?
  • No, Lala. Un kilo de merluza. Yo le hago caso a la Presidenta. Ella dice que hay que comer pescado, yo voy y compro pescado.
  • ¿Y si te dice que te tires al río?
  • Si hay pique, me tiro con el medio mundo.
  • Perdón, pero ¿no era cerdo lo que había que comer?
  • ¿Y a vos no te pasa que comés pescado y a la media hora tenés hambre?
  • Depende cómo lo hagas. Vos porque sos del churrasco vuelta y vuelta, vaga.
  • ¿Churrasco? ¿Churrasco? Me suena, pero no me acuerdo bien qué es.
  • Habría que volver a las prácticas de nuestros abuelos. Los míos tenían gallinero, quinta y árboles frutales. Además, el pan y las pastas se amasaban en casa. Siempre había algo para comer. Esas mermeladas de uva chinche de mi Nonna Gina no se comparan con nada.
  • Sí, Pichi, pero tu nonna no salía a laburar. Tenía tiempo para esas cosas. Nosotras andamos como bola sin manija, de aquí para allá, trayendo y llevando hijos o nietos, laburando, ocupándonos de la casa, de las compras, de la ropa…
  • ¿No digo yo que el feminismo nos jodió la vida? Lo único que logramos fue acumular tareas, sumar obligaciones, deslomarnos como burras.
  • ¿Y las satisfacciones profesionales no cuentan, Sari? No es tan así.
  • Cuentan, pero estamos tan sobrecargadas, estresadas y exigidas, que no sé hasta qué punto las disfrutamos.
  • No te veo como ama de casa “full time”. Te agarraría un ataque de claustrofobia, con lo pata ‘e perro que sos.
  • Y a todo, eso súmenle que tenemos que estar siempre divinas, depiladas, sin raíces crecidas, en linea, a la moda, de buen humor, informadas, actualizadas tecnológicamente…
  • Respirá que tomo la posta. Cuidar a nuestros viejos – que se van poniendo pachuchos-; atender y alimentar a los novios y novias de nuestros hijos e hijas, y no sufrir cuando se pelean; bancarnos los calores propios y no calentarnos  con nuestros maridos chinchudos y andropáusicos…
  • Eso les pasa por casarse. Yo, solterita y sin apuro, no tengo ninguno de esos problemas.
  • Sí, Virgi, pero andás como alma en pena. Las veces que me habrás llamado los domingos a la tardecita, justo cuando estoy planchando guardapolvos o haciendo tarea con los chicos.
  • No hay caso. Siempre faltan diez guitas pa’l peso. No hay estado que nos venga bien.
  • Hablando de Estado, les recomiendo que, si no llevan el documento encima, se cuelguen una chapita identificatoria, como los perros, porque si crepan en plena calle, está visto que van a parar a la morgue, y que las reclame Magoya.
  • A veces pasan desgracias que ponen en evidencia las fallas del sistema, ¿no?
  • Disculpáme, Maite, ¿pero no te irías con tu merluza a otro puerto? Apestás.
  • Está bien. Me voy Ustedes se lo pierden. A este paso, nos tendremos que conformar con oler la comida. De masticar, ni hablar. ¡Chin, chin!