“Solos teatrales”, con Federico Liss, Carolina Marcovsky, Diego Cremonesi, Alvaro Mugrabi y Felicitas Kamien. Espacio 44, Avda.44 entre 4 y 5.
“Salir a actuar ‘el solo’ es algo que objetivamente se ve osado y es muy ponderado: un actor que despliega lo suyo sin tener de dónde agarrarse, que no sea pegarse en los ojos y los oídos del público.” Así define este género en su blog el actor, director y profesor Alejandro Catalán, en cuyo taller se entrenan los actores que conforman este espectáculo.
Buena síntesis del enorme desafío que implica subirse a un escenario, o a una simple tarima, sin escenografía, ni utilería, ni efectos especiales, despojado de todo artificio, desnudo –diríase-, munido de palabras, gestos y silencios, para entablar ese diálogo necesario con quien lo mira.
También para el espectador resulta un desafío acoplarse a una propuesta de esta naturaleza, adivinar las intenciones, leer los subtextos, acompañar al intérprete en su solitario periplo, convertirse en un cómplice y partícipe necesario de semejante aventura.
Estos “Solos teatrales”, que se presentan un domingo por mes en “Espacio 44”, pulsan distintas cuerdas. Algunos provocan risa, otros despiertan piedad por las características de los personajes, que escapan al perfil convencional por ciertos toques bizarros. Son seres más bien fronterizos, lo cual los hace más ricos e interesantes a la hora de abordarlos.
Federico Liss abre y cierra el espectáculo con sus monólogos “Asesina” y El depto” respectivamente. Este último, un “capo lavoro”. Un joven inseguro, disperso, inmaduro, con baja autoestima, obsesivo, timorato, que habla compulsivamente y pierde energía en detalles irrelevantes. Por un paso que avanza, retrocede tres. Una víctima de sí mismo, de una cabeza que no puede parar.
Carolina Marcovsky es “Virgi”, una modelo en decadencia que ha tenido mejores rachas, pero ahora está sola y quebrada, circunstancias a la que seguramente ella contribuyó. Alcoholizada, o quizás drogada, desvaría, fabula y se autoflagela en un sillón. Buena composición, con logrados claroscuros.
Diego Cremonesi se luce con su “Rasputín”: el comienzo, concreción y fin de una relación de amor con una muchacha de barrio, que deviene en trepadora y consumista insoportable, y cree que un bebé es otro bien de consumo. El actor posee una rica paleta de recursos para traslucir sus cambiantes estados de ánimo: picardía, vehemencia, incredulidad, asombro, ira, violencia contenida, desazón.
Alvaro Mugrabi impacta con su “Histérica”, otro relato que gira en torno a la relación hombre-mujer. Sus matices y su lenguaje corporal ilustran a la perfección los avatares de una noche para el olvido.
Felicitas Kamien, “La solita”, compone una perdedora irredenta, signada por el destino, cuyo último intento de escapar de su vida gris y rutinaria –el reencuentro con su vestidito fucsia- termina en una cuasi tragedia. Dúctil, versátil, potente, la actriz conmueve y conmociona con su frágil criatura.
“Solos teatrales”: una propuesta a la que bien vale la pena asomarse.