¿Cómo describir “Un poyo rojo? ¿Cómo definir este espectáculo? Desde el punto de vista del público, diría que es una experiencia diferente, única, en la que los espectadores debemos decodificar lo que vamos viendo, como si tuviéramos que subtitularlo a gusto, poniendo en palabras lo que estos dos saltimbanquis de la escena ilustran con su inverosímil lenguaje corporal y gestual.

Alfonso Barón y Luciano Rosso cautivan desde el vamos y producen un efecto hipnótico. Son bailarines, mimos, acróbatas, gimnastas, maratonistas, luchadores. Cuesta creer la destreza corporal de ambos, la precisa coordinación de sus movimientos, la complejísima coreografía (Nicolás Poggi) y sincronización de sus desplazamientos. Son dos y por momentos son uno. Se fusionan, se enredan, se amalgaman, se atraen, se repelen, se seducen. Femenino y masculino. Humano y animal. Nada los etiqueta, nada los limita. Al espectador le plantean asimismo  el desafío de desencasillar y derrumbar estereotipos, tarea nada fácil.

  Sus cuerpos son afinados y trabajados instrumentos puestos al servicio de la expresividad. Cuentan historias sin recurrir a la palabra hablada. Resultaría redundante, innecesario. A lo sumo, emiten algún que otro sonido gutural que ilustre el personaje elegido en ese instante.

El silencio que reinaba en la sala del Teatro Municipal Coliseo Podestá resultó sobrecogedor. Respirábamos a la par de los actores. Compartíamos ese aliento, ese inhalar y exhalar al unísono. Como en misa. La inefable y necesaria ceremonia teatral.

 Hermes Gaido dirige a estos dos virtuosos con una maestría y una imaginación encomiables. Nada está librado al azar. Salvo un par de fragmentos en los que interviene un tercer personaje, un radio grabador “ao vivo”, que los obliga a improvisar según lo que salga al aire en ese preciso instante. Otra oportunidad para que se luzca la espontaneidad y creatividad de los intérpretes, que se prestan gustosos a ese juego y generan complicidad y carcajadas.

La frutilla de la torta: “El pollito Pío” de Luciano Rosso del final: absolutamente desopilante y lisérgico.

La escenografía, minimalista y funcional, apta para montar el espectáculo en cualquier espacio.

No es casual que “Un poyo rojo” cumpla ya 15 años de vida, habiendo realizado exitosas giras internacionales con enorme repercusión. Así como la música es un lenguaje universal, lo que estos dos actores hacen no está limitado por cuestiones idiomáticas, de modo que no tiene fronteras.

Hay “Un Poyo Rojo” para rato.     

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