“Yepeto”, de Roberto Cossa. Elenco: Manuel Callau, Francisco González Gil y Anahí Gadda. Música original: Malena Graciosi. Dirección: Jorge Graciosi. Teatro La Nonna.
Roberto “Tito” Cossa (1934) es uno de nuestros dramaturgos más prolíficos y taquilleros. Basta recordar sus títulos más conocidos: “Nuestro fin de semana”, “Los días de Julián Bisbal”, “La ñata contra el libro”, “Gris de ausencia”, “Ya nadie recuerda a Frederic Chopin”, “La Nona”, “El viejo criado”, “La pata de la sota”, “Los compadritos”, “Tute cabrero”, “No hay que llorar”, entre tantos otros.
“No creo que el teatro tenga que ser un pasatiempo”, dijo el propio Cossa. “Pienso que hay que hacer un espectáculo que haga reflexionar pero no aburrir. El buen teatro, el de Molière, el de Shakespeare, era entretenido y hacía pensar”. Pues bien, “Yepeto”, la obra que Manuel Callau presentó en el Teatro La Nonna, cumple todos esos requisitos a la perfección.
La trama es sencilla. “Antonio” (González Gil), irrumpe intempestivamente en la casa del “Profesor” (Callau), enfermo de celos al intuir que su novia, “Cecilia” (Gadda), está profundamente enamorada de él. Se produce un choque entre dos mundos. Antonio es un joven rústico, básico, para nada cultivado, pero vital, auténtico y frontal. El Profesor, docente y escritor, es un cincuentón solitario, sarcástico, bastante achacado, dueño de un humor ácido; un veterano que se siente inevitablemente halagado por el embelesamiento de su bella alumna, de tan solo 17 años.
Ese primer encuentro se multiplica en tantos otros, a lo largo de los cuales la relación entre los dos hombres se va tiñendo de diferentes matices, hasta construir un vínculo, tal vez muy a pesar suyo. La joven Cecilia está siempre presente, en el cuerpo y en la cabeza de ambos, como disparador, como excusa dramática para escudriñar estos universos aparentemente contrapuestos.
Manuel Callau construye un personaje entrañable. Sutil, contenido, verosímil, su Profesor trasmite la vulnerabilidad escondida tras el cinismo. Inmerso en ese caos de libros y ginebra, se debate entre su deseo y sus códigos de hombre de bien. Se sabe “viejo” para ciertos menesteres, pero no lo suficiente como para no ser presa de una pasión adolescente.
Francisco González Gil, en la piel de Antonio (por Ratín, no por Machado), en un rol co-protagónico, está a la altura de su compañero, lo cual no es poco. Su actuación destila frescura y verdad. Casi imperceptiblemente, su personaje va mutando, creciendo, ganando en profundidad. Existe entre ambos actores una conexión real, auténtica. Buena química.
La joven Anahí Gadda, la piedra de la discordia, también construye un personaje que pasa sutilmente del arrobamiento generado por el misterio, a la realidad de los hechos. Resulta muy interesante que-en esta versión- su “Cecilia” haya ganado un rol más preponderante en la pieza, que cuando ésta se estrenó en 1987.
Muy dinámica la puesta de Jorge Graciosi y precisa en cuanto a la marcación actoral.
“Yepeto”: mucho más que una historia de amor.