“Un rato con él”, de Julio Chàvez y Camila Mansilla. Colaboración autoral: Santiago Loza. Elenco: Julio Chávez, Adrián Suar, Nina Spinetta, Marcelo D’Andrea, Francisco Lumerman. Diseño de escenografía: Jorge Ferrari. Diseño de iluminación: Eli Sirlin. Diseño de sonido: Gastón Briski, Alejandro Zambrano. Diseño de vestuario: Jimena Bordes. Música original: Nico Posse, Mono Morello. Asistente de dirección: Ramón Gaona. Producción general: Adrián Suar, Nacho Laviaguerre. Dirección: Daniel Barone. Teatro Municipal Coliseo Podestá.
El disparador de “Un rato con él”, que llenó cuatro Coliseos este fin de semana tras una exitosísima temporada en la calle Corrientes, es el reencuentro de dos hermanos con el objeto de repartir legalmente los bienes tras la muerte del padre de ambos. “Gregorio” (Chávez) es el dueño de casa que recibe a “Darío” (Suar). Cada heredero cuenta con la presencia y el asesoramiento de su abogado, a cargo de Nina Spinetta y Marcelo D’Andrea.
Gregorio y Darío son el día y la noche. El primero es deliberadamente desagradable, irónico, sobrador, pragmático, rebelde, tirando a caprichoso. Bebe whisky todo el tiempo, vocifera, cuestiona, camina de un lado al otro, entorpece lo que al principio se presenta como un simple trámite. A Darío, en cambio, se lo ve más inhibido, siempre pidiendo permiso y perdón, inseguro, timorato, carente del poder de síntesis para relatar cualquier circunstancia.
Pero Darío tiene un as en la manga, un dato inesperado con respecto a una pintura original que se encuentra en la suntuosa y señorial casa, cuyo valor podría modificar sustancialmente el monto de los bienes a repartir. Y aquí es donde aparece un quinto personaje, experto en obras de arte (Francisco Lumerman), cuya tarea será constatar la autenticidad del cuadro que no figura en los papeles.
Esta comedia dramática tiene los ingredientes justos y necesarios como para entretener, divertir y emocionar. Hay mucho humor, a veces negrísimo. Pero también hay ternura, porque lo que estos hermanos distanciados reclaman y necesitan, es mucho más que bienes materiales. Se trata de reencontrarse, de reconstruir un vínculo roto, de entender por qué la vida los separó, más allá de ser hijos de madres diferentes. Y es ahí donde la carcajada cede paso a la reflexión y a la lágrima.
Se percibe muy buena química entre ambos actores. El diálogo fluye aceitadamente, con absoluta naturalidad. Los gestos, movimientos y “tics” del Darío de Suar, son estruendosamente festejados por el público. El personaje le calza como anillo al dedo. En cuanto a Chávez, como es habitual, acapara la atención por la potencia arrolladora que despliega en escena. Puede ser repulsivo, autosuficiente, cabrón, y al minuto vulnerable y frágil como un niño. Maestro de matices y sutilezas. El resto del elenco es muy solvente en los roles asignados. Daniel Barone, talentoso y versátil director, le imprime ritmo a su puesta, y alterna la comicidad con momentos íntimos e introspectivos.
No es habitual que la escenografía “de gira” (Jorge Ferrari) sea tan completa y sofisticada como la que trajo la compañía de “Un rato con él”, cosa que se agradece infinitamente y demuestra respeto hacia el espectador.
“Un rato con él”: un producto logrado, que sigue agotando localidades