por Irene Bianchi

Hace un año de la así llamada “Tragedia de Once”. Busqué en el diccionario el significado de la palabra: “La tragedia es una forma dramática cuyos personajes protagónicos se ven enfrentados de manera misteriosa, invencible e inevitable contra el destino o los dioses.”
Cuando hablamos de las “tragedias argentinas”, no se aplica lo de “misteriosa e inevitable”. En nuestro caso, mal que nos pese, son crónicas de muertes anunciadas.
Si alguien enciende una bengala en un boliche en el que sobra gente y material inflamable, lo más probable es que arda. Si los trenes en los que viajamos como ganado carecen del más mínimo mantenimiento, no sorprende que fallen los frenos y se estrellen.
Lo que sí sorprende es que estas “tragedias” no sean más frecuentes, dado el estado de cosas. Para dar otro ejemplo, hace unos días se publicaron fotos de algunas escuelas públicas de La Plata, cuyo deterioro asusta. Cuando uno de esos descascarados cielorrasos caiga sobre los maestros y alumnos y los sepulten, no nos rasguemos las vestiduras ante lo que se podría haber evitado. Será tarde.
Por acción u omisión, los argentinos somos artífices de nuestras propias “tragedias”.

Publicada en el diario Clarín el 27/02/13