por Irene Bianchi 
“Todos eran mis hijos”, de Arthur Miller. Elenco: Lito Cruz, Ana María Picchio, Esteban Meloni, Vanesa González, Federico D’Elía, Antonio Ugo, Marina Bellati, Adriana Ferrer y Mauro Antón. Diseño de luces: Omar Posematto. Diseño de vestuario: Gabriela Pietranera. Diseño de escenografía: Mariana Tirantte. Adaptación y Dirección: Claudio Tolcachir. Teatro Municipal Coliseo Podestá. 

El autor norteamericano Arthur Miller (1915-2005), autor de tres obras maestras de la dramaturgia del siglo XX: “Muerte de un viajante” (1948), “Las Brujas de Salem” (1953) y “Panorama desde el puente” ((1955), es considerado – por la estructura de sus piezas y la compleja psicología de sus personajes- un hijo legítimo del noruego Ibsen, y sucesor de su notable compatriota, Eugene O’Neill.
  “Todos eran mis hijos” (All my sons, 1947) y “Las conexiones del Sr. Peter” (1998), se refieren a la aviación. En la primera, el fabricante Joe Keller, durante la Segunda Guerra Mundial, vende piezas defectuosas a la Fuerza Aérea, provocando la muerte de una veintena de jóvenes pilotos, y dejando que la culpa recaiga sobre su socio, quien es condenado y encarcelado. Pero sin que Joe lo sepa, su hijo predilecto, Larry, enterado de semejante negligencia criminal, se inmola para purgar el delito paterno, aunque figure como “perdido en servicio activo”.
  Así como “Las Brujas de Salem” denunciaba la histeria anticomunista del senador McCarthy, con su sangrienta persecución por razones ideológicas, y “Muerte de un viajante” señala la destrucción del “sueño americano”, en “Todos eran mis hijos” Miller apunta contra los que se enriquecieron inescrupulosamente con la industria de la guerra, aún a costa de sí mismos. Y también aparece el tema, tan álgido en nuestra sociedad, de la necesidad de enterrar a nuestros muertos, de saber dónde están sus cuerpos, para poder hacer el duelo.
La versión de Tolcachir de este clásico de Miller es potente y conmovedora. Respetuoso del texto y fiel a su mensaje ético, el director no le da respiro a la audiencia, en una puesta cuyo ritmo no decae en ningún momento. Alterna con sutileza los climas, que van de una cotidianeidad superficial, casi festiva, a una hondura trágica.
Tolcachir cuenta con un elenco que desborda talento, sin fisuras, entregado en cuerpo y alma a la construcción de personajes complejos, contradictorios, llenos de dobleces y matices.
Lito Cruz, en la piel de Joe Keller, está  sencillamente magnífico. Creíble hasta la médula, visceral, su patética criatura no podría estar mejor construida. A su lado, Ana María Picchio logra otro “capo lavoro”. Enredada en una perversa trama de secretos, negando tozudamente los hechos en defensa propia, su “Kate” despierta ternura, conmiseración y piedad.
Hay que destacar el soberbio trabajo del joven Esteban Meloni, “Chris”, el único hijo que les queda, tironeado por sentimientos encontrados, cargando con una culpa que le quita el aire y le impide seguir adelante con su vida. Igualmente notables la interpretación de Federico D’Ellia, “George Deever”, hijo del ex socio de Joe, y la de Vanesa González, en el rol de “Ann”, su hermana, ex novia de Larry Keller.
Los personajes secundarios, a cargo de Antonio Ugo, Marina Bellati, Adriana Ferrer y Mauro Antón, igualmente impecables.
  “Todos eran mis hijos”: imprescindible reflexión acerca de las responsabilidades individuales y de la necesidad de hacerse cargo de los propios errores. No siempre la culpa está afuera.