por Irene Bianchi
“Tiempo de soja”, de Rubén Monreal. Elenco: Virginia Naon, Diego Biancotto. Escenografía y luces: David Figueroa. Música incidental: Luis Aceto. Vestuario: Marcela Colotto. Sonido: Gabriel Tarrulla. Diseño: Agustín Bucari. Producción: Ruth Passadore. Producción general: Sala 420. Asistente de dirección: Silvia Franco. Dirección: Rubén Monreal. Sala 420, 42 entre 6 y 7.
Imposible no asociar a primera vista a los personajes de “Tiempo de soja”,“Patora” y “Ñancul”, con “Vladimir” y “Estragon”, esa extraña pareja de “Esperando a Godot”, tragicomedia de Samuel Beckett, y una de las piezas claves del teatro del absurdo. De hecho, ambos son deliberadamente nombrados en esta pieza escrita y dirigida por Rubén Monreal, estrenada en 2008, ahora con nuevo elenco.
 Así como aquellos seres descastados esperaban la llegada de una suerte de salvador, Patora y Ñancul apuestan todo a una cosecha record de soja, que los hará ricos de la noche a la mañana. Cosa poco probable, entre otras razones, porque ambos son ciegos, y se los puede embaucar fácilmente cuando compran semillas, herramientas y maquinarias agrícolas. Por otra parte, esa tierra es estéril, yerma (¿alusión a “La tierra baldía” de T.S. Eliot?). Nada brota, nada germina. Está agotada, saqueada, seca, muerta.
Ñancul y Patora son casi dos caricaturas. El espectador pronto ve lo que ellos no ven:  están embarcados en un esfuerzo digno de mejor causa, destinado al fracaso. Pasan las estaciones, ateridos por el frío, agobiados por el calor, la lluvia brilla por su ausencia y la soja no aparece.
 La pieza gira en círculos concéntricos; las escenas, las acciones y los diálogos se repiten mecánicamente, se reiteran deliberadamente hasta el hartazgo. Los personajes están atrapados sin salida, aun estando a la intemperie; presos de una fantasía irrealizable, de un sueño absurdo. Sólo el vientre de Patora es tierra fértil, pero el obcecado Ñancul se resiste a fecundarlo.
 La puesta de luces y la musicalización, son elementos claves de la puesta de Monreal, oficiando de separadores y ambientando. La escenografía recrea con acierto ese inhóspito páramo. El vestuario es un logra aporte a la caracterización.
 Tanto Virginia Naón como Diego Biancotto, versátiles actores, componen a estas dos criaturas tragicómicas con solvencia y plasticidad. El vínculo que los une desborda ternura. Son absolutamente interdependientes. No se ven pero se huelen, se necesitan. Por detrás de la comicidad que generan sus gestos y su manera de andar y de hablar, se los percibe como dos seres vulnerables, frágiles, tan descastados y dejados de la mano de Dios como Vladimir y Estragón.
Desde hace tiempo, la soja se ha convertido por estas latitudes en el pasaporte a la riqueza express, en el maná del cielo, aunque en rigor sea “pan para hoy, hambre para mañana”, por cómo erosiona los suelos. Pero como las políticas económicas son siempre cortoplacistas y no se piensa en las futuras generaciones, poco importa dejarles tierras estériles como única herencia.
Tal vez ésa sea la razón que llevó al autor de “Tiempo de soja” a imaginar a sus protagonistas ciegos, en alusión a la ceguera colectiva que, sin prisa y sin pausa, destruye al planeta Tierra.

  “Tiempo de soja”: dos náufragos en la pampa seca.