por Irene Bianchi

                     

Querido Diario: ¡Qué sorpresa! ¡Tanto tiempo! Te daba por perdido. No sabés la alegría que me dio encontrarte detrás de la biblioteca, caído vaya a saber hace cuánto, cubierto de polvo y telarañas y –por suerte- con la llavecita todavía puesta en el candadito dorado.
Te confieso que te abrí con una mezcla de curiosidad, ansiedad y miedo, como quien abre un cofre o un arcón en el que puede haber un tesoro valioso o un monstruo agazapado.
Y ¿con quién me encontré? ¡Conmigo a los 15 años! Cuatro décadas pasaron desde entonces. ¡Cuarenta años! ¿Viste que dicen que, cuando uno está por estirar la pata, te pasan por la cabeza una sucesión de imágenes y recorrés toda tu vida de un plumazo? Bueno, eso mismo experimenté cuando te abrí al azar y leí: “28 de junio de 1970. Mientras bailábamos el vals, Roberto me dijo al óido: “Lili, ¿querés ser mi novia?”.
Te digo la verdad, diario, me cuesta acordarme de la cara de Roberto. Han pasado unos cuantos “Robertos” por mi vida, pero ése fue mi primer amor, el que me hacía poner colorada hasta el cuero cabelludo y sentir unas palpitaciones que expulsaban mi corazón por la boca. Que cosa, ¿no?¿Viste que sonrojarse pasó de moda? Ya nadie se pone colorado por nada.
En esa época, yo me hacía “la toca”, porque los rulos no se usaban. Me acuerdo que dormía con un rulerote y el pelo tirante alrededor, sujetado con piquitos de cigüeña, y una redecilla manteniendo todo en su lugar. Parecía un extraterrestre. Al cuete, porque al primer golpe de humedad, las motas volvían con más fuerza, y el “look oveja” se instalaba nuevamente.
Me pregunto: ¿por qué te habré dejado de escribir? Seguro que el Roberto ése me hizo una trastada, como todos los que lo sucedieron. No he sido muy afortunada en el amor, querido diario. Más bien, todo lo contrario. Mis parejas han sido un abanico de impresentables: vagos, mentirosos, infieles, mitómanos, caprichosos, chupandines, jugadores, roñosos, mameros, “workaholics”, hippies viejos, sexópatas…
Vos estarás pensando: “Lili, ¿por qué mejor no te preguntás qué habrás hecho para atraer tanta lacra humana?”
Mirá, diario, no te pongas en psicólogo, porque no te cuento nada más. Si me animé a retomarte, es porque confío en que no me vas a juzgar. Sólo necesito que me prestes la oreja. Mis hijos no me dan bola; mis ex, cada vez que los llamo, me cortan porque creen que los voy a manguear; mis viejos están pachuchos, y a mis amigas las tengo hartas. Así que, lo siento mucho, pero ahora que te encontré, me vas a tener que escuchar.
Me agarrás en un momento bastante especial, ¿sabés?. Porque no soy joven, pero tampoco vieja. Cero kilómetro no estoy, pero arruinada, lo que se dice arruinada, tampoco. Ya cumplí con unos cuantos mandatos: profesional, esposa, madre (estos dos últimos rubros, varias veces).
Fui aprendiendo sobre la marcha, porque manual de instrucciones, nunca me dieron. Te imaginarás que la revolución tecnológica y cibernética me mató. Yo vengo de la época del Winco, la tele blanco y negro a válvula, los long-plays, el grabador Geloso, la radio Spika, el proyector Super 8, el continuado de 3 películas en el cine del barrio, la operadora telefónica, las llamadas a larga distancia con 6 horas de demora, las cartas certificadas, la cámara fotográfica de plástico Gradosol, la máquina de escribir Lettera 22 de Olivetti. Y me tuve que aggionar a la fuerza: celulares, computadoras, cds, Dvds., plasmas, pantalla táctil, laptops, netbooks, MP5, I-phones, e-mails, facebook, cámaras digitales, y la mar en coche. Y sin embargo, aquí me tenés, vivita y coleando. Aprendí metiendo la pata, superando ataques de pánico, soportando las cargadas de mis hijos ante mis alaridos: “¡Chiiiicooooos! ¡Se me borró todo! ¡No sé qué apreté!”
No te ofendas, diarito, pero-ahora que te miro- estás más amarillo y ajado que yo. ¿Me permitís que te eche un poco de perfume para sacarte el tufo a humedad? Gracias.
Otra consultita: ¿estás de acuerdo en que te siga contando mis cosas? Necesito un interlocutor. Calladito la boca, eso sí. Cómplice. Que no me contradiga ni me critique. Para eso, está el resto del mundo.
¿Trato hecho? Bueno, la seguimos la próxima, como dice mi analista. ¡Chau, chau!
                         (continuará)