¿Era necesario que Alberto Fernández festejara con bombos y platillos sus 1.000 días de gobierno? En su lugar, yo no lo habría hecho, para no poner tan en evidencia el ostensible fracaso de su gestión. ¿Qué celebra el Presidente? ¿El aumento de la pobreza e indigencia? ¿Los imparables índices de inflación? ¿El narcotráfico que gana cada vez más terreno? ¿Festeja las jubilaciones mínimas indignas? ¿Celebra la fuga de miles de jóvenes en busca de un futuro? ¿Se ufana de la inseguridad que nos mata a diario? ¿De los piquetes cotidianos que le hacen la vida imposible a los trabajadores?
¿De qué se enorgullece el Presidente? ¿De la falta de rumbo, de plan, de programa? ¿Está contento con el resultado de las encuestas que señalan el profundo deterioro de su imagen y la de su partido? ¿Es razonable que siga culpando a la gestión anterior, en lugar de hacerse cargo de su inoperancia? ¿Sigue con la cantinela “Ah, pero Macri” / “Ah, pero la guerra” / “Ah, pero la pandemia”? ¿Tendrá los ojos en la nuca? ¿Es incapaz de mirar hacia adelante? ¿De qué recuperación habla? ¿En qué país viven los Fernández?
Sus extemporáneas e inoportunas declaraciones trajeron a mi memoria un film: “Ana de los mil días”, la desdichada historia de Ana Bolena, esposa de Enrique VIII de Inglaterra. Cualquier semejanza con la realidad…
Irene Bianchi
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Diario Clarín, 19/9/22