“Puré de Alejandro”, sobre textos de Alejandro Urdapilleta. Unipersonal a cargo de Germán Romero, dirigido por Gustavo Lazarte Próximas funciones: sábado 7 de abril en La Pieza Cooperativa de Arte (Rauch) a las 21 hs.
Así como el legendario Instituto Di Tella fue un semillero de talentos durante la década del ’60, el Parakultural, centro artístico multidisciplinario de la cultura “underground” porteña, fue igualmente pródigo cerca del final de la última dictadura militar y durante los primeros años de la recuperada democracia. Allí se desarrollaron artistas de la talla de Batato Barea, las Gambas al Ajillo, Humberto Tortonese, Los Melli, El Clú del Claun, Alejandro Urdapilleta, entre tantos otros.
Precursores de los actuales estandaperos fueron aquellos monologuistas surgidos del Parakultural, sólo que el material que creaban estos últimos no era necesariamente auto-referencial, sino mucho más abarcativo, iconoclasta, trasgresor. Pulsaban una cuerda más sutil, menos banal, menos previsible, con una mirada por momentos cruda y en otros de enorme lirismo.
El tandilense Germán Romero construye su unipersonal “Puré de Alejandro” con relatos extraídos de “Vagones transportan humo”, un texto del actor, guionista y escritor Alejandro Urdapilleta (1954-2013), por quien Romero confiesa haber sentido una profunda admiración.
Romero posee un instrumento muy afinado. Su notable gestualidad y su elocuente lenguaje corporal, hablan a las claras de un riguroso entrenamiento. Su rostro nos recuerda al de Groucho Marx, o al de Gene Wilder: una máscara que dice mucho por si misma, sin precisar palabras.
“¿Qué pasó?”, se pregunta el personaje, como aturdido, aludiendo a la desaparición de un mundo simbolizado por el lechero, el aguatero, el afilador, la gomina Glostora, el naranjín, las pastillas Renomé, los vinilos de Rita Pavone o de los Wancawa, los manteles de hule, el hula hula, el Simulcop, los pitucones Mendafácil, el sol de noche, todos ellos testigos de tiempos idos, cuyo recuerdo genera nostalgia y melancolía.
El material con el que trabaja el actor le permite desplegar un abanico de variados recursos. Si bien la clave dominante es el humor franco y directo, hay también angustia, desasosiego, búsqueda de sentido dentro del sin sentido, todo muy teñido de disloque y desborde, lindando con la locura. La dirección de Gustavo Lazarte alterna con equilibrio esos climas contrastantes, y explota al máximo los recursos de Romero, que se adueña de la escena con versatilidad y solvencia. Logra transiciones que van del exceso a la introspección, de la verborragia al planteo existencialista.
La banda sonora, en la que suena la voz del propio Urdapilleta, y la ajustada puesta de luces, completan un espectáculo atractivo y original.