Hace unos años fui de vacaciones a Cuba. Tras unos días en la paradisíaca Baradero, visite La Habana. Fue como cambiar de país. Pasar del primer mundo al tercero. El contraste me impactó. De la opulencia a la pobreza. De un “All inclusive” repleto de turistas extranjeros, a las calles de una ciudad detenida en el tiempo, marcada por la pobreza, repleta de gente pidiendo.  Si el recorrido hubiera sido inverso, me habría sentido hasta culpable de disfrutar de un lujo y un bienestar que los propios cubanos no poseen.   La mayoría de los guías de turismo de La Habana son profesionales (ingenieros, arquitectos, psicólogos) que eligen ese rubro por ser una fuente de ingresos más generosa que el paupérrimo ingreso per capita. Ninguno de los cubanos con los que hablé elogió el régimen. Muy por el contrario. De afuera, muchos tienen una visión idealizada de la revolución cubana, pero lo cierto es que la mayoría de la población sufre de enormes privaciones, falta de libertad y violaciones de sus derechos.  Celebro la reacción del pueblo cubano. Su despertar.

Irene Bianchi para Clarín