por Irene Bianchi
“Medianoche en Buenos Aires, un relato musical”: Textos: Gabriel Rolón, Teresa Castillo. Voz: Gabriel Rolón. Violín: Teresa Castillo. Piano, arreglos y música original: Federico Mizrahi. Teatro La Nonna.
En su nuevo espectáculo, el Licenciado Gabriel Rolón se da el gusto de volver a su primer amor, la música, apartándose del tono psicoanalítico de los anteriores (“Charlas de diván”, “Palabras cruzadas”, “Entrevista Abierta”).
“Medianoche en Buenos Aires”, confiesa Rolón, está inspirado en “Medianoche en París”, del genial Woody Allen, film en el que el protagonista se encuentra con artistas de la talla de Picasso, Toulouse Lautrec, Scott Fitzgerald, Cole Porter, Buñuel, Hemingway, experiencia que torcerá el rumbo de su vida.
Rolón, más autóctono, deambula por las callecitas de Buenos Aires (“que tienen ese no sé qué”), impulsado por un deseo que elude toda explicación racional. Y ahí se topa con figuras emblemáticas, personajes del arte y de la cultura que seguramente nutrieron su febril imaginación desde muy niño: Borges, Gardel, García Lorca, Homero Manzi, Discépolo, Piazzolla, Horacio Castillo, y –como no podía ser de otra manera-  el infaltable Sigmund Freud y el mismísimo Woody Allen.
“Medianoche en Buenos Aires” es un entrañable homenaje. Cálido, íntimo, verdadero, Rolón va hilvanado sus relatos, matizándolos con fragmentos de canciones, acompañándose con su guitarra, y con dos formidables músicos, sin los cuales esta propuesta no sería concebible. Teresa Castillo en violín y Federico Mizrahi en piano, son dos virtuosos que engalanan el espectáculo.
En una suerte de relato borgiano, Rolón se encuentra consigo mismo en el pasado. El escenario: un pueblito rural de la Provincia de Buenos Aires, El hombre de 50 dialoga con el Gabriel de 14 adolescentes años, contándole a grandes rasgos lo que le deparará el destino. El broche de esta historia fractal es el posterior encuentro del adulto con su propia vejez, encarnada en la figura de un anciano ciego que sentencia: “No nos une el amor, sino el espanto”.
Texto profundo, inteligente, ingenioso, con oportunas pinceladas de humor, que pone en evidencia el amor a la palabra, a la poesía, y la necesidad existencial de atesorar los recuerdos porque, como cierra Rolón: “Aquello que hemos amado y hemos perdido, siempre estará donde estemos nosotros”.
El Gabriel Rolón actual no parece haber perdido al niño que fue. Conserva su ingenuidad, su capacidad de asombro, su curiosidad, su picardía. El psicoanalista se anima a alejarse de su “zona de confort”, para responder al llamado de su amante, la música, y deambular sin rumbo ni brújula por las mágicas calles de la imaginación y la fantasía.
Lo bueno es que los espectadores estamos cordialmente invitados al paseo.