Por Irene Bianchi
“Mala madera”, escrita y dirigida por Diego Cremonesi. Elenco: Federico Aimetta, Jorge Eiro, Felicitas Kamien, Eduardo Pérez Winter. Diseño espacial y escenográfico: Diego Cremonesi, Juan Zurueta y elenco. Ambientación escenográfica: Cecilia Orsini. Iluminación: Adrián Grimozzi. Supervisión dramatúrgica: Walter Jacob. Asistente técnico: Enrique Lunazzi. Diseño sonoro: Juan Zurueta, Diego Cremonesi. Producción, asistencia de dirección y realización escenográfica: Juan Zurueta. Asistente de producción: Susana Leunda. Fotografía y video: Susana Leunda, María Victoria Andino. Diseño Gráfico: Ricardo Baldón. Beckett Teatro, Guardia Vieja 3556, C.A.B.A. Domingos, a las 18.
La acción de “Mala madera” transcurre en una modesta casa de campo de la Patagonia, próxima a una de las tantas colonias galesas de la zona. Allí vive un matrimonio metodista compuesto por Walter y María Rita, quienes han “adoptado” a Mariano, un joven aprendiz en el taller de carpintería que tiene el jefe de familia.
A simple vista, todo está bien. María Rita disfruta de los quehaceres domésticos, cocina rico, y malcría a su gallinita, con quien mantiene largas conversaciones. Por su parte, Walter es un trabajador meticuloso, puntilloso, muy orgulloso de sus ancestros y de su oficio, más ebanista que carpintero. Mariano, su fiel discípulo, no tiene mucha luces, pero es obediente y absorbe las enseñanzas de su patrón, con la intención de abrir su propia carpintería el día de mañana.
Uno intuye que por debajo de esta aparente armonía y amable rutina, hay algo oculto, un secreto guardado bajo siete llaves, como ese cuarto que Rita se obstina en mantener clausurado. Y es la llegada del hermano de Rita, Ricardo, lo que funcionará como disparador del conflicto y desatará la tempestad.
Esta interesante pieza escrita y dirigida por Diego Cremonesi tiene la rara virtud de divertir y estremecer a la vez. En un principio, el espectador se ríe de estos personajes que parecen sacados de “La Familia Ingalls”, por su ingenuidad, sus hábitos, ese halo de santidad y bonhomía que los rodea. Mariano, ese muchacho torpe, hosco, tirando a fronterizo, despierta ternura y compasión. Rita lo consiente como a su gallinita. Walter le enseña con rigor y paciencia. Sabe que a Mariano no le da la cabeza, pero se empeña en sacarlo bueno. En apariencia, todo está bien.
La irrupción del forastero en esta escena bucólica, desmorona una ficción cuidadosamente construida y resguardada. El “tercero en discordia” está demás, por más bienintencionado que sea. Es una amenaza al “statu quo”, al pacto tácito, a la decisión de enterrar lo pasado para seguir viviendo.
La labor actoral del elenco es impecable. Federico Aimetta compone un Walter rudo, con cierta violencia contenida, pero no exento de sensibilidad. Felicitas Kamien, esa mujer que no para de hacer cosas para no pensar, o en su defecto duerme horas enteras con el mismo objetivo, es sutil y verosímil a la hora de ponerse en la piel de Rita. Jorge Eiro construye un personaje “borderline”, cuidando hasta el más mínimo detalle: la inflexión de su voz, sus gestos, su postura, su andar, su mirada, la hostilidad ante el recién llegado. Eduardo Pérez Winter es el “intruso”, muy convincente en esa pose de porteño un tanto sobrador, testigo involuntario de una fachada que se desmorona, y que seguramente se volverá a levantar tras su abrupta partida.
Muy lograda y funcional la ambientación escenográfica, como así también el sonido ambiente. La dirección de Cremonesi es ágil. La pieza tiene ritmo sostenido y los climas están equilibradamente alternados.
Formidable el horario: domingos a las 18, en la cálida sala del Teatro Beckett.