
Antes de abocarme al análisis de “La Tortuga de Darwin”, obra del autor español Juan Mayorga, dirigida por Sara Mon, que se ofrece los domingos a las 18 hs en el CELCIT (Moreno 431, CABA), creí conveniente refrescar mi memoria acerca de la revolucionaria teoría que desarrolló el naturalista inglés del siglo XIX.
Charles Darwin llegó a las Islas Galápagos en 1835. Notó que en las distintas islas que conforman ese archipiélago, ciertas especies (aves, iguanas marinas, tortugas gigantes) no eran estables, sino que modificaban sus características para adaptarse al entorno. A partir de esta observación, comenzó a pergeñar su teoría de la evolución de las especies.
El dramaturgo Juan Mayorga imagina que una de esas tortugas que estudió Darwin, se sube al barco con él, cual polizón, y – como buen quelonio que se precie de tal- atraviesa casi doscientos años de historia, observándola “desde abajo”. Oportuna metáfora, ya que sabemos que la historia es según quién la cuenta y depende de la perspectiva y punto de vista del narrador.
Así es como esa tortuga devenida en “señora mayor”, llega hoy a la casa de un renombrado historiador muy pagado de sí mismo, para aportar datos valiosos y desconocidos, a cambio de que el profesor la ayude a volver a las Galápagos.
A partir de ese momento “Harriet” (Ana María Castel), queda a merced de tres individuos que intentarán aprovecharse de ella inescrupulosamente. Por un lado, el afamado catedrático (Mario Mahler), un narcisista, maltratador, que la mantiene cautiva para extraerle toda la información posible, material esencial para su próximo libro. Su esposa, “Bety” (Mariana Arrupe), amigable y empática en un principio, también elabora un siniestro plan para sacar ventaja de tan inesperada visita. Y finalmente el “Doctor” (Nahuel López), la toma como bicho de laboratorio para lograr reconocimiento mundial.
La pieza de Mayorga es por momentos hilarante. Sin embargo, él se vale del humor para plantear una pregunta esencial y existencial: ¿hemos evolucionado o involucionado? Lo que tanto el Profesor, como su mujer y el médico muestran, es que la vanidad, la ambición desmedida, la codicia, el individualismo extremo, la especulación, son las características salientes de la humanidad hoy en día. Y «Harriet» los desenmascara sin piedad.
Ana María Castel, en la piel/caparazón de “Harriet”, logra una composición antológica. Graciosa, pícara, querible, ladina, astuta, su personaje resulta absolutamente magnético; un “capo lavoro” en todo sentido. La “Bety” de Mariana Arrupe, sorprende en su transición de esposa sumisa a mujer empoderada. Su corporalidad y el súbito cambio de actitud generan sentimientos encontrados en el espectador; pasamos de la lástima al temor. El “Profesor” de Mario Mahler, también muta de mandón a mandoneado. Enérgico, autoritario, mezquino, inmoral, el actor despliega un notable abanico de recursos expresivos. Y en cuanto al siniestro médico que encarna Nahuel López, da piel de gallina ser testigos de sus técnicas “mengelianas”, que nos recuerdan los experimentos a los que eran sometidos los prisioneros de Auschwitz. Escalofriante.
“La tortuga de Darwin” es una pieza imperdible del teatro independiente. Pertenece a ese tipo de obras que entretienen, divierten y obligan a una profunda reflexión posterior. La dirección de Sara Mon (“El Pozo”, “Con las manos atadas”), que cuenta con la asistencia de Malú Gardner, logra alternar los climas con equilibrio, en un ritmo que no decae y genera suspenso. El elenco es homogéneo, compacto; cada uno está al servicio del otro; la acción fluye sin escollos. Acertada y precisa la puesta de luces de Nahuel López. Lograda la funcional ambientación y el vestuario de Alejandro Mateo. Un hallazgo el ingenioso atuendo de la tortuga protagonista.
El mensaje de “La Tortuga de Darwin” es perturbador, inquietante y movilizador. Por un lado, en lo tecnológico y científico, la humanidad parece avanzar a pasos agigantados. Sin embargo, basta echar un vistazo al estado de cosas a nivel mundial, para tomar conciencia que, lo admitamos o no, retrocedemos inexorablemente, con prisa y sin pausa.
Todavía quedan unas funciones para disfrutar de esta excelente propuesta. ¡Avisados!