Asumiendo el riesgo de delatar mi edad, debo decir que tuve la suerte de ver en escena a enormes capocómicos, como Dringue Farías, Adolfo Stray, Alfredo Barbieri, Fidel Pintos, Antonio Gasalla, Carlos Perciavalle, y tantos otros. Y a primeras vedettes como Nélida Lobato, las hermanas Rojo, las hermanas Pons, Nélida Roca, y un sinfín más. El teatro de revista era disruptivo, audaz, muchas veces menospreciado y considerado un “género menor”, por “chabacano y mal hablado”. Por alguna extraña razón, la comedia siempre ha tenido “mala prensa”, si se la compara con el “teatro serio”, intelectual, profundo, sesudo. Pero debemos recordar que, aún en épocas oscuras de nuestra historia, amordazados por la censura, esos capocómicos hacían desde el escenario grandes críticas sociales al gobierno de turno.

Por todo lo dicho, me parece muy justa y oportuna esta reivindicación del género que tuvimos la dicha de disfrutar en el Teatro Nacional Cervantes, CABA. El solo hecho de ingresar a ese edificio histórico, hoy puesto en valor, es casi una experiencia religiosa, diría el cantante. Bello por donde se lo mire, poblado de duendes y espíritus traviesos de las compañías que a lo largo del siglo XX mostraron allí su arte, este emblemático espacio amerita una visita, más allá de la programación en curso.

¿Y qué decir de “La Revista del Cervantes”? Una mega producción que cautiva desde el vamos. La orquesta en vivo bajo la batuta de Fernando Albinarrate, el director musical y vocal, crea el clima apropiado para apreciar el lujosísimo espectáculo ideado por Alfredo Allende, Sebastián Borensztein, Juan Francisco Dasso, Marcela Guerty y Juanse Rausch, dirigido por Pablo Maritano.

Todo fluye aceitado, sincronizado. La puesta destila glamour por donde se la mire. Los arreglos musicales de Albinarrate y Gerardo Delgado, las complejas coreografías, el maravilloso vestuario, las escenas teatrales rescatadas del pasado, el virtuosismo de la orquesta del Cervantes y de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea, ni una nota discordante, ni un “faux pas”. Un viaje al pasado en un país como el nuestro, en el que la historia se repite, y seguimos tropezando con las mismas piedras. Lo bueno es que el humor nos salva, nos da cierta perspectiva, nos permite reírnos de nosotros mismos, signo de inteligencia.

Deslumbrante la multifacética escenografía de Andrea Mercado, que le saca jugo a todos los sofisticados recursos del teatro. Impecable el sonido de Ariel Gato y Camilo Zentner.

El disparador de la acción de “La Revista del Cervantes” es el encuentro en una suerte de limbo de dos grandes: Tato Bores (Marco Antonio Caponi) y Enrique Pinti (Sebastián Suñé). Les da la bienvenida un “Espíritu” (Mónica Antonópulos), ángel con veleidades de primera vedette que los ayudará a ascender, a cambio de un favorcito. Muy graciosa y versátil esta traviesa «angelita». El prometido ascenso se concretará en tanto y en cuanto “La Tragedia” (Alejandra Radano) y “La Comedia” (Carlos Casella)- dos consagrados artistas- diriman sus diferencias.  A partir de este inicio, se pasa revista (valga la redundancia) a los hitos de la Revista Porteña, desde sus orígenes. Anfitriones “de luxe”  los cinco.

Sebastián Suñé nos reencuentra con ese recordado Pinti verborrágico y «bocasucia», que nos invita a dar una nostalgiosa vuelta en bici, ilustrada muy creativamente por el diseño audiovisual de Juan Selva.

Capo lavoro el de Caponi en la piel del inefable e irrepetible Tato Bores. Tan vigentes las palabras del extrañado humorista, sus conceptos, su ironía, su sarcasmo, su picardía. Tan dolorosamente actual. Hoy como ayer. Hermoso reencuentro.

En síntesis, a no perderse “La Revista del Cervantes”, de jueves a domingos a las 20 hs.

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