por Irene Bianchi

En lo poco que va de marzo, se produjeron en La Plata tres episodios de violencia brutal. El viernes 1º, a las 9 de la mañana, el abogado Alvaro Vaca fue baleado en el abdomen por alguien que pretendía robarle la camioneta, en la que estaba su hijo de 12 años. El miércoles 6, a las 7 de la mañana a un vecino de City Bell, Ramón Monzón,  se le disparó con una escopeta recortada, también para intentar robarle la camioneta. En la madrugada del 9, Juan Tuculet, un joven rugbier, recibió un balazo en su ojo izquierdo a metros del camino Gral Belgrano. Y, como telón de fondo, el juicio oral y público por la salidera bancaria a Carolina Píparo, la joven mujer baleada, cuyo bebé, Isidro, fue asesinado por una banda organizada. Sin olvidar al chico alcanzado por las balas de los barrabravas en el Bosque.
Estos son apenas unos pocos ejemplos del absoluto descontrol que vivimos en esta ciudad desde hace años, situación que se replica en tantas otras ciudades de nuestro país. Los habitantes de la región nos sentimos absolutamente huérfanos, desamparados, desprotegidos, no tenidos en cuenta, no tomados en serio. Son innumerables los comerciantes que deciden bajar la cortina ante los reiterados robos. Viajar por la autopista La Plata-Buenos Aires, esquivando piedrazos, es turismo aventura. Si uno hace una estadística casera, la gran mayoría de amigos y conocidos ha sufrido- en su casa, en la calle, en el trabajo- algún episodio de inseguridad, de mayor o menor gravedad,  que es muy distinto a la mera “sensación” de la Ministra Garré.
La violencia es hoy moneda corriente, el pan (amargo) nuestro de cada día. Vivimos enrejados, pendientes del celular para asegurarnos que nuestros hijos están a salvo, temerosos de parar en los semáforos, desconfiando hasta de nuestra propia sombra.
Entretanto, los políticos coquetean entre ellos y deciden con quien aparecer en la foto de la semana, con la energía enfocada en las próximas elecciones, en lugar de ocuparse seriamente de los problemas acuciantes de quienes pagamos sus sueldos.
Es innegable que ésta es una situación muy compleja, que tardará años en resolverse. Pobreza, exclusión social, desigualdad, tantísimas causas históricas, que fueron desembocando en este desmadre. Pero, ¿y entretanto? Siempre que ocurre una catástrofe (terremoto, inundación, tsunami), primero hay que ocuparse de lo inmediato, para luego prever una política a mediano y largo plazo. La pregunta del millón es: ahora ¿qué deben hacer las fuerzas de seguridad para al menos aminorar este imparable tsunami de violencia? Ahora, no mañana. Hoy.
Hoy Juan Pedro Tuculet murió. Era hijo de todos nosotros. No lo olvidemos. Hagamos algo para que su muerte no haya sido en vano. Y hagámoslo ya.