Si lo sabemos aprovechar (aunque los argentinos somos expertos en desaprovechar oportunidades), éste puede ser un excelente punto de inflexión en nuestro país. Todos éramos conscientes que, para que existiera la corrupción, debía haber no sólo “corruptores” sino también “corruptibles” (“two to tango”: se necesitan 2 para bailar el tango). Pero ahora – gracias a las minuciosas y pormenorizadas anotaciones del remisero Centeno- conocemos con nombre y apellido  la incógnita de la ecuación. Hasta los sobrenombres y señas particulares de los empresarios involucrados en este descomunal desfalco al Estado argentino.  Políticos corruptos, funcionarios corruptos, empresarios corruptos: un cocktail letal para la sociedad, una sociedad cada día más empobrecida, más hambreada, más castigada,  más abandonada, más harta de la impunidad de los poderosos y de la clase dirigente.

Pensemos que el dinero que entraba a los bolsillos de estos sinvergüenzas, salía de hospitales, escuelas, rutas, viviendas, obras de infraestructura, comedores comunitarios. Todos son “Hood Robin”: le robaban a los pobres para incrementar el patrimonio de los ricos.

Pero llegó la hora de la verdad. Se descorrieron los velos (como casi siempre, gracias al gesto de una ex despechada).

Ahora, que no sólo paguen por sus delitos ante la Justicia, sino que nos devuelvan  lo robado.  La “extinción de dominio” se hace perentoria. Para que los ciudadanos de a pie volvamos a creer en las instituciones, y dejemos de sentirnos unos idiotas  útiles por pagar nuestros impuestos y ganarnos el pan decentemente.

Ojalá sea éste el comienzo de una etapa más trasparente, más justa, más ética. Por el bien de todos.

Publicado en Clarín