por Irene Bianchi

“Hombre mirando al sudeste”, de Eliseo Subiela, con Lito Cruz, Alejo Ortiz, Marina Glezer y Pablo Drigo. Iluminación: José Calvo. Sonido: Raúl Román Méndez. Maquinista de gira: Alejandro “Chifle” Garay. Producción de gira: Marcelo Ricci. Producción general: HPU International y Rodolfo Cabrera. Asistente de Dirección: Martin Henderson. Puesta en escena y Dirección: Eliseo Subiela. Teatro Municipal Coliseo Podestá. Estreno nacional.
En 1986, Eliseo Subiela estrena esta película memorable e impactante, protagonizada por Lorenzo Quinteros y Hugo Soto, actor fallecido en 1994. La temática del film es rara, distinta, intrigante: en un Hospital Neuropsiquiátrico (el Borda), de buenas a primeras aparece un hombre –Rantés- que asegura venir de otro planeta. Su objetivo: estudiar la estupidez humana. El Dr. Denis, psiquiatra encargado de este “paciente” extraño, se interesa casi obsesivamente en el caso, tomándolo en un principio como un “chiflado” más, para luego empezar a dudar y cuestionarse.
La muy lograda adaptación teatral del film, a cargo del propio Subiela, no ha perdido  un ápice de vigencia. Seguramente porque en estos largos 25 años, la ignorancia y estupidez humanas, ahora globalizadas, han crecido sin prisa y sin pausa, y siguen haciendo estragos. Desigualdad, individualismo, indiferencia, consumismo, corrupción, violencia, pobreza extrema, hambre, el denominador común de las así llamadas  sociedades civilizadas.
Lo interesante del planteo de Subiela es su mirada sobre la supuesta locura de Rantés (Ortiz) y su impacto en el psiquiatra (Cruz). ¿Quién es este nuevo Jesucristo, venido de otra galaxia? ¿De dónde salió? ¿Por qué tanto interés en el sufrimiento ajeno? ¿Un genio o un delirante? ¿Un santo, un mártir o un hábil simulador? ¿Un subversivo que cuestiona el orden establecido? En ese caso, ¿un ser peligroso que debe ser acallado, atontado, dopado, neutralizado, eliminado?
El Dr. Denis, un tipo desapegado en cuanto a los afectos, melancólico, escéptico, solitario, de pronto se interesa genuinamente en el mensaje de este loquito suelto, como si quisiera aferrarse a una esperanza, encontrarle un sentido a esa vida opaca y vacía, una pizca de trascendencia.
Lito Cruz logra trasmitir la profunda crisis existencial que le provoca el contacto con este paciente atípico e inclasificable. Su composición es orgánica, creíble, rica en matices y transiciones. Se debate entre la “obediencia debida”, lo que la cordura, el sentido común y su larga experiencia le indican, y –por otro lado-  la perturbadora sensación que Rantés no es un farsante ni un demente, que no alucina sino que grita- y calla- verdades incontrastables, incómodas para el “statu quo”.
Desde ya, no asombra la labor actoral de un actor tan talentoso y con tanto oficio como Cruz. Lo que sí sorprende, y muy gratamente, es el excelente trabajo del joven Alejo Ortiz, en un personaje extremadamente difícil, que transita una sutil línea entre realidad y ficción, entre cuerpo y holograma. Un “capo lavoro”.
Pablo Drigo (paciente y enfermero) y Marina Glezer (“la Santa”), correctos en sus respectivos roles.
La puesta en escena de Subiela es ágil, con un ritmo sostenido que no decae. Despojada, minimalista, nada distrae. Fórmula adecuada: menos es más.
“Hombre mirando al sudeste”: ¿quién está más loco?