Hay algo que me preocupa más aún que los desmadres cotidianos de este des-gobierno gestado in vitro. Lo que me alarma es nuestra resignación como ciudadanos a este calamitoso estado de cosas. Nos resignamos a todo lo malo que está ocurriendo. A las víctimas fatales de los motochorros y del narcotráfico ; a la inflación descontrolada que nos come el salario y el bolsillo; a los funcionarios que derrochan dineros públicos en lugar de dar ejemplo de austeridad; a los legisladores que duermen la siesta o miran partidos de basquet en plena sesión; a los cortes de calles y rutas que les hacen la vida imposible a la gente; a las peleas internas dentro de las coaliciones, tanto la gobernante como la oposición; al éxodo masivo de jóvenes en busca de una mejor calidad de vida y de un futuro promisorio. Naturalizamos el horror, como cuando contábamos las muertes diarias por Covid durante la pandemia, como si nada. ¿Acaso estamos anestesiados, adormecidos, entumecidos, entregados? ¿Hemos renunciado a ejercer un rol activo, participativo, comprometido, para intentar recuperar algo de lo mucho perdido? No basta con quejarse o rumiar bronca. Viene a mi memoria la desafiante frase de Ortega y Gasset: “¡Argentinos, a las cosas!”. Si no es ahora, ¿cuándo?
Diario Clarín, 3/11/2022