Yo entiendo que el fútbol es “pasión de multitudes”, un sentimiento inexplicable. Que es una distracción para tantos fanáticos y “tifosi”. Que ayuda por un rato a anestesiarnos, a olvidar esta cruda realidad que estamos padeciendo. Pero, con las debidas disculpas del caso, me cuesta aceptar que, mientras se sigue jugando como si nada, seguimos con jardines de infantes, escuelas y universidades cerradas, teatros cerrados, cines cerrados, comercios trabajando a media máquina, restaurants ídem, miles de locales cerrados, una falta de empleo galopante, una inflación que nos devora, una inseguridad que nos aniquila, más y más infectados, menos y menos testeos, más y más muertos, vacunas escasas y demoradas. En este contexto, me parece una frivolidad que el fútbol quede exento de toda esta malaria. Se trata no sólo de ser sino de parecer. Necesitamos gestos, actitudes; necesitamos evitar diferencias y privilegios irritantes, no sentirnos discriminados, no tenidos en cuenta, dejados de lado. ¿Es mucho pedir? 

Irene Bianchi para Clarín