Todos los años se repiten los mismos rituales. En agosto o septiembre se empiezan a armar los elencos de la temporada teatral de verano en las grandes plazas. Del mismo modo, en enero y febrero, empiezan a sonar los nombres de los posibles integrantes del Bailando de Tinelli. Durante todo el año ensayan las comparsas en Gualeguaychú. La comparación puede sonar un tanto banal y frívola, pero resulta inevitable asociar esto con la súbita aparición de candidatos presidenciales variopintos, algunos ignotos, otras “figuritas conocidas” (y muy), recicladas, vistiendo camisetas distintas a las de antaño. La Meca para ellos y ellas es la Casa Rosada, no Carlos Paz ni La Feliz ni Entre Ríos. Surgen fórmulas inimaginables, “matrimonios” inesperados, unión de personas que parecían absolutamente incompatibles, que ayer nomás se detestaban, y que ahora se aman (o se necesitan). En fin, un festival muy entretenido y pintoresco, parecido al juego de las esquinitas de nuestra infancia. Se huele como una desesperación en el aire: “¡No me dejen afuera!”, parece pensar la mayoría. “Háganme un lugarcito”.  Si no fuera patético, sería hasta divertido.