“Antes  de que me olvide”, de y por Enrique Pinti. Música: Julián Vat. Escenografía:  Jorge Negrín. Vestuario: Renata Schussheim. Luces: Gonzalo Córdova.  Elenco: Gustavo Monje, Jésica Abouchian, María Fernández, Milagros  Michael, Julia Montilengo, Laura Montili, Rodrigo Cécere, Pablo Juin,  Agustín Maccagno, Juan José Marco y Pedro Velásquez. Coreografía:  Elizabeth de Chapeaurouge. Dirección musical: Ricky   Pashkus. Teatro Municipal Coliseo Podestá.
A cierta  edad, se ha vuelto moneda corriente bromear sobre la temida aparición  del “alemán”, modismo coloquial con el que hacemos referencia a  una enfermedad, el Alzheimer, que no es chiste, ni mucho menos. Sobre  todo, para quien lo padece, y para su entorno cercano.
Con sus  70 años bien cumplidos, sus 53 de teatro y  –afortunadamente- su memoria intacta, Pinti utiliza este recurso,  más el festejo del Bicentenario, para echar una mirada a la historia  de nuestra vapuleada Patria, desde mayo de 1810.
Fiel a su  estilo, lo hace sin piedad, crudamente, sin eufemismos, subrayando precisamente  la desmemoria de los argentinos, que poco aprendemos de nuestros errores  y seguimos tropezando siempre con las mismas piedras.
El verborrágico  monologuista, pasa revista a todos los gobiernos, y no deja títere  con cabeza. Mordaz, irónico, agudo, su humor corrosivo es ya una marca  registrada. Lo suyo es un espejo en el que no nos complace mirarnos,  porque el país nos duele, con mayor o menor intensidad, según las  épocas y los mandamases de turno.
Pinti no  sólo critica a los gobernantes, sino a la idiosincrasia del  “ser nacional”, del argentino promedio, del tipo común  y corriente; el germen – en todo caso  – de la clase política.
En su diálogo  con “el alemán” (el actor Gustavo Monje),  éste lo invita a tomar un café, con la intención de sumarlo a sus  huestes, cosa de que el zumbón capocómico pierda la memoria, y deje  de fastidiar con tanto pase de factura. Pero Pinti se resiste, y lo  bien que hace, ya que son pocos los artistas que promueven esa mirada  crítica y ese descarnado autoanálisis, ambos necesarios si se aspira  a cambiar para mejor.
El formato  de comedia musical permite que ciertos pasajes densos se alternen con  canciones y coreografías, siempre alusivas al tema central, que descomprimen  tanta honestidad bruta.
En un momento  dado, Pinti se caracteriza como una anciana cartonera, la Patria, e  interactúa con caricaturas animadas por Alfredo Sabat. Un acierto.
El monólogo  más divertido es aquel en el que –supuestamente afectado por  “el alemán” – el actor mezcla datos, fechas y personajes de nuestra  historia, en un recorrido plagado de anacronismos y  falacias. También despierta risas con su mirada Billikenesca de la  historia argentina.
El lenguaje  deliberadamente soez y escatológico de Pinti, a esta altura, no espanta  ni escandaliza, pero sí agota, por lo reiterativo. Igual, ya sabemos  que viene con el combo, de modo que a nadie sorprende.
“Antes  de que me olvide”: un oportuno ejercicio de memoria individual y colectivo.