Hay mujeres que me generan vergüenza de género, como la siempre escandalosa Natacha Jaitt, que la juega de espía, de doble agente, de denunciadora serial, de escrachadora mediática, respondiendo vaya a saber uno a qué oscuros intereses.

Y hay otras, en cambio, que me producen orgullo de género, como la fiscal Soledad Garibaldi, que investiga los abusos de menores en Independiente, es discreta, sensata, medida, valiente, de bajo perfil, cumpliendo con su tarea incansablemente, a puerta cerrada, sin dejarse deslumbrar por el tally de la cámara. Un ejemplo de mujer y de profesional. ¡Chapeau!

Por otra parte, si bien resulta espeluznante enterarse de aberraciones tales como estos abusos a chicos y jóvenes, me parece saludable que las cosas se sepan de una vez por todas.

Se acabó el tiempo de mirar para otro lado, de hacernos los distraídos, de callar por miedo, vergüenza o complicidad, de naturalizar lo horrendo. Sólo se puede sanear la sociedad si la verdad, por cruda que sea, sale a la luz.

Publicado en Clarín