Se lo va a extrañar. Como su Maestra, Berta Singerman, el «Indio» bajaba la poesía del Parnaso y la acercaba a la gente. Le prestaba su voz, su expresividad, su cuerpo, convirtiéndose en un nexo entre el público y los grandes autores. Tras ver unos
de sus espectáculos, se sentían inmediatos deseos de rastrear algún libro, alguna antología, desempolvarlos y adentrarse en la poética de Neruda, de Whitman, de Alfonsina Storni, de César Vallejo. El apenas entreabría esas puertas para que espiáramos, y nos invitaba a recorrer sus obras, empaparnos de imágenes, metáforas y símbolos; paladear los vocablos cuidadosamente elegidos. Era simple, llano, campechano. Hablamos con él hace poco, cuando recibió un Premio Estrella de Mar por su «Fuerte es la vida». Se lo notaba feliz, agradecido, pleno, con proyectos. Ahora es un duende de teatro. Su espíritu inquieto seguirá rondando los escenarios, poblados del eco de sus «divinas palabras». Hasta siempre, Indio Urquiza.