“El Ardor”, de Alfredo Staffolani. Elenco: Valentina Bassi, Luciano Cáceres, Joaquín Berthold, Santiago Magariños. Escenografía: Agustín Garbellotto. Vestuario: Julieta Harca. Iluminación: Fernando Berreta. Asistente general: Emma Burgos. Asistencia de dirección; Héctor Bordoni. Dirección: Luciano Cáceres. Producción integral: Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. Sala Armando Discépolo de la Comedia de la Provincia, calle 12 entre 62 y 63, La Plata. Hoy 20 hs. Entrada libre y gratuita (las entradas se retiran 1 hora antes de la función). Contribución: un juguete.

“El Ardor” es uno de esos espectáculos que sacuden al espectador, lo incomodan, lo interpelan, lo movilizan. Una obra dura, brutal por momentos, no carente de humor, un humor negro, ácido, corrosivo, desprejuiciado, lacerante.

Por motivos diferentes, hay dos films que vienen a la memoria mientras transcurre “El Ardor”. En primer lugar  “Teorema” de Pier Paolo Pasolini (1968), en el que la llegada de un personaje externo modifica y altera profundamente la relación entre los miembros de una familia (en este caso, padre, madre e hijo adolescente). Aquí es “Antonio” (Joaquin Berthold), primo de “Marco” (Cáceres), dueño de casa, cuya visita funcionará como detonante de conflictos de larguísima data.

La otra película que asociamos con la trama de la impactante pieza de Staffolani es “Muerte en Venecia”, dirigida por Luchino Visconti. Y eso, tal vez, por el parecido entre  Santiago Magariños (“Manu”) y el bellísimo adolescente sueco Bjorn Andresen, que enamora perdidamente al personaje compuesto por Dirk Bogarde.

“El Ardor” gira en torno a la familia compuesta por Marco, Manu y Rita (Valentina Bassi); una familia absolutamente disfuncional, que mantiene a gatas un delicado equilibrio para seguir en pie. Ambos padres sobreprotegen a su hijo, a tal punto que el chico ni siquiera va a la escuela (supuestamente, para no sufrir bullying); “Marco”  es básicamente un inútil para todo servicio (como su padre). La madre se siente frustrada, infeliz. El padre es un negador compulsivo, que se resiste a mantener una conversación franca con su hijo, quien está atravesando un momento difícil en cuanto a su elección sexual. Son tres personas que no pueden estar juntas ni separadas, atrapadas en una relación tóxica, enfermiza, dañina.

Y de pronto irrumpe “Antonio”, un tipo básico, simple, natural, muy conectado con su deseo, con sus instintos, con sus pulsiones. Alguien que, tal vez sin querer, patea el tablero familiar, y obliga a sus miembros a replantearse todo, a empezar de cero (si eso fuera posible). Nada será igual tras su paso por esa casa, en la que el calor agobiante cede el paso a un frío letal.

La puesta de Luciano Cáceres literalmente quita el aliento. Es vertiginosa y no da respiro. El contundente texto de Staffolani se ve sumamente enriquecido por esta concepción escénica arriesgada, no convencional, que va del naturalismo al absurdo, sin perder nunca un ápice de realismo y credibilidad. Un “capo lavoro” de Cáceres, que se desdobla en personaje y director.

Sería injusto resaltar la labor actoral de alguien en particular, ya que los cuatro se lucen en sus respectivos roles, entregándose de lleno a una propuesta que les exige enorme compromiso físico y emocional. Cáceres, en la piel de ese padre bloqueado, reprimido, dependiente, mediocre, ensimismado; Bassi, esa mujer que se siente presa de una vida que no eligió, pero que carece del coraje para liberarse. Berthold, componiendo un provinciano que destila gracia, frescura y simpatía, un recreo saludable y bienvenido en medio de tanta sordidez. Pero el adolescente conflictuado que aborda Santiago Magariños es sencillamente descomunal: medido, verosímil, medular, un trabajo consagratorio para este joven actor, que cosechó un Premio Estrella de Mar como Revelación, tras la exitosa temporada 2018 en “La Feliz”.

La escenografía de Agustín Garbellotto juega un rol protagónico, y cuenta con ingeniosos mecanismos que generan sorpresivos efectos (lluvia, ducha, imágenes proyectadas en vivo, imágenes reproducidas, etc)

“El Ardor”: una de ésas propuestas teatrales que modifican al espectador. Imperdible.