“Una cucharada de azúcar ayuda a bajar la medicina” (“A spoonful of sugar helps the medicine go down). Quienes vimos y disfrutamos más de una vez de la inolvidable “Mary Poppins”, recordamos la letra de esta bellísima canción. ¿Por qué hago esta asociación justo ahora? Porque el anuncio de las nuevas restricciones creo que también podrían haber sido suavizadas un tanto. ¿No? Con una pizca de autocrítica por parte del gobierno, asumiendo y reconociendo públicamente los errores de su gestión.
Todavía no escuché a nadie hacer un sincero “mea culpa” con respecto al así llamado “vacunagate”: amigos, parientes y jóvenes militantes que se colaron y no esperaron su turno para vacunarse. El gobierno sigue culpando y responsabilizando a otros de sus desatinos cotidianos. Nos siguen pidiendo cumplir con las normas. Y por casa, ¿cómo andamos? ¿Cuántas veces hemos visto a funcionarios, y a la mismísima vicepresidenta aparecer públicamente sin barbijo o sin guardar el debido distanciamiento social?
Necesitamos, hoy más que nunca, que prediquen con el ejemplo, no con palabras. El miércoles en mi ciudad, La Plata, se suspendió sin previo aviso la vacunación de 300 personas mayores en el Estadio Único, porque se jugaba un partido de fútbol a la noche. Afortunadamente, y gracias a la reacción de la gente damnificada y la presencia de algunos medios, se dio marcha atrás con la absurda medida y se retomó la vacunación programada. Un disparate colosal. Por eso insisto: el pescado se pudre por la cabeza.
Para pedir esfuerzos de nuestra parte, empiecen a ganarse nuestra confianza y respeto, muy perdidos a esta altura.
Irene Bianchi para Clarín