por Irene Bianchi 
“Las chicas del calendario”, de Tim Firth, dirigida por Manuel González Gil. Elenco: Virginia Lago, María Valenzuela, Dora Baret, Norma Pons, María Rosa Fugazot, Rita Terranova, Linda Peretz, Norberto Díaz. Producción: Javier Faroni. Teatro Municipal Coliseo Podestá.
La comedia dramática “Calendar Girls”, escrita por Tim Firth, está basada en un hecho real. En 1998, once mujeres de un pequeño pueblo del condado de York (Inglaterra), de entre 45 y 65 años, deciden fotografiarse desnudas y editar un calendario, a fin de recaudar fondos para el hospital  donde muere de leucemia el marido de una de ellas. Sólo pretendían reunir 8.000 libras, pero fue tal el éxito que lograron sumar 600.000, superando ampliamente en ventas a los calendarios de Britney Spears y Cindy Crawford.  Las voluntarias destinaron esa abultada suma a la investigación de la enfermedad y a mejorar las condiciones  para los acompañantes de enfermos terminales, en el hospital donde había fallecido John.
La historia también fue llevada al cine en 2003 por Nigel Cole, con actrices de la talla de Helen Mirren y Julia Walters como protagonistas.
Sin duda, esta obra plantea un gran desafío para un grupo de intérpretes maduras, que se animen a desnudarse en cuerpo y alma, venciendo pruritos, prejuicios y pudores.
De todos modos, cuando se cierra el telón, el espectador siente que los desnudos no fueron lo más trascendente ni lo más saliente del espectáculo. Es más: pasan a ser casi anecdóticos, comparados con la relevancia de la motivación que lleva a estas valientes mujeres a dar semejante paso. Su entrega, su solidaridad, su actitud altruista, su espíritu de cuerpo, su osadía, de eso habla la obra de Firth, más que de sacarse la ropa. Sobre todo, teniendo en cuenta que estas señoras viven en un pueblo muy conservador, más bien pacato, donde la mirada y el juicio de los otros pesa y mucho.
Saltar de una aburrida competencia de mermeladas, tortas, arreglos florales o tejidos, a la utilización de esos mismos productos regionales para ocultar partes de su anatomía, fue un dechado de ingenio y creatividad.
En ese sentido, la dirección de Manuel González Gil supo montar esas escenas con delicadeza,  picardía e ingenuidad, despojándolas del menor atisbo de procacidad. Se las ve como un grupo de amigas haciendo travesuras, dándose ánimo mutuamente, divirtiéndose como locas, disfrutando de la trasgresión, desafiantes, felices.
En una época como ésta, donde el ideal de belleza parece pasar sólo por la eterna juventud, a fuerza de cirugías plásticas y artificios, ver cuerpos naturales, con las lógicas huellas del paso del tiempo, resulta una bocanada de aire fresco.
Otro acierto de la puesta: la sutileza y poesía con que se alude a la partida de John.
Las actrices se lucen por igual en la composición de sus personajes. Destacamos la labor de Virginia Lago, en una composición rica en matices y transiciones.
Excelente el vestuario y lograda la ambientación.
“Las chicas del calendario”: mujeres reales e incondicionales, que hacen quedar muy bien al género.