“De vez en cuando la vida, afina con el pincel; se nos eriza la piel y faltan palabras …”, canta Serrat. Eso sentí un atardecer, admirando la puesta de sol en Casapueblo, mientras escuchaba la voz de juglar de Carlos Páez Vilaró. La “Ceremonia del sol”, la llamaba. “Hola, Sol, el pan dorado de la mesa de los pobres…” Y ahí recordaba este “self-made man”, este hombre renacentista, el día en que decidió levantar ese mágico lugar, su lugar en el mundo, el lugar que eligió para cerrar sus ojos, tras una vida rica, fértil, bien vivida. Un artista polifacético, un “bon vivant”, un disfrutador, que se dio el gusto de tocar su tambor en Montevideo una horas antes de partir hacia otros rumbos. “Chau, Sol. Gracias por provocarnos una lágrima. Casapueblo es tu casa. Por eso la llaman la Casa del Sol. Adiós, Sol. Me siento millonario en soles, que guardo en la alcancía del horizonte.” Chau, Páez Vilaró. Ahora estás más cerca de tu adorado Sol, y quedarás por siempre en nuestro recuerdo.