Jorgito Rial y Luisito Ventura hoy están en la picota. Durante años, se cansaron de deschavar gente, sin el menor escrúpulo ni código. Basta recordar las innecesarias fotos de Juanita Viale, embarazada de Gonzalo Valenzuela, a los arrumacos en un auto con Martín Lousteau. Más de uno los acusa de extorsionadores, que venderían su silencio a un alto precio. Hoy quedó más que claro que no son tan vivos como creían. Pisaron el palito. El primero chichoneó con una ex Gran Hermano, a quien ahora descalifica como “la zorra tucumana”, y se distanció (temporariamente) de su abnegada noviecita, quien –aunque dolida por el escarnio público- seguramente lo perdonará gustosa en cuanto él fije fecha de (fastuoso) casamiento. Al segundo se le adjudica la paternidad de un bebé que acaba de dar a luz una joven cordobesa. El no niega el affaire. Por las dudas, se hizo un ADN. Entretanto, su mujer, Estelita, lo puso en el freezer hasta que se dilucide la situación. Todo tardó en salir a la luz porque –en el ambiente- se les teme a ambos. Pero como la mentira tiene patas cortas, todo se supo y quedaron expuestos. Rial y Ventura hoy son los burladores burlados, los cazadores cazados. Están degustando una dosis letal de su propia medicina. Y, en el fondo, muchos gozan de este acto justiciero. Quedó demostrado que son vulnerables y falibles, como cualquier hijo de vecino, No tienen fueros que los vuelvan inimputables. Se los bajó de un hondazo. En realidad, se bajaron solitos.