por Irene Bianchi
  • Che, ¿ustedes le creen a Nicole?
  • ¿Y por qué no? Lo verdaderamente increíble sería bajar de cualquier autopista en la zona del conurbano bonaerense, y no ligar un piedrazo, comerse un afano o toparse con un piquete. Salir indemne de esa travesía sí sería inverosímil.
  • Pero el Jefe de Gabinete dijo que era “una mentira atroz”.
  • Es comprensible. Hannibal defiende el pago chico. No te olvides que es de de la república cervecera.
  • Lo que quieras, pero a cualquiera se le frunce elquetejedi en esa salida. Y de noche, peor. Nadie para en los semáforos ni por casualidad. Seamos honestos.
  • Además, la chica podría haber inventado cualquier otro bolazo. No se va a tomar el trabajo de urdir semejante trama.
  • ¿Vos decís que no le da la cabeza porque es rubia y modelo?
  • No, pero me parece demasiado rebuscado como excusa para pegar un faltazo. Casi infantil.
  • ¿Infantil decís? Es que nos hemos vuelto bastante infantiles últimamente. No respetamos las normas; modificamos las reglas del juego según nuestra conveniencia; siempre queremos y creemos tener la razón; no escuchamos al otro; nos agarran berrinches colectivos; hacemos pucherito por nada; somos caprichosos, impacientes y poco tolerantes…
  • ¡Pará, fanática! ¿Qué te agarró? ¿Un brote de autocrítica?
  • No, simplemente creo que ciertos valores y normas de convivencia se fueron al palo mayor del barco, para decirlo finamente.
  • Ah, claro. Con ese criterio, seguro que estás en un todo de acuerdo con la medida que tomó el Ministro de Educación inglés, por la que autoriza a los maestros a utilizar la fuerza en los colegios de Gran Bretaña.
  • No es tan así, Rosi. Dijo que podrán hacer uso razonable de fuerza física, para separar alumnos revoltosos.
  • Justamente. Habría que definir qué es “razonable” y a quién se considera “revoltoso”. Es muy subjetivo, ¿no te parece?
  • Tampoco exageremos. Nosotras de chicas nos comimos unos cuantos coscorrones y tiradas de oreja, y tan mal no salimos.
  • Yo tenía una maestra que me pellizcaba los cachetes. Las mejillas, quiero decir.
  • Yo fui a una escuela de monjas, y la madre superiora nos golpeaba los nudillos con el puntero o la parte dura del borrador. ¡Cómo me dolían los sabañones!
  • Y yo, que me tenía que arrodillar sobre porotos. Todavía me duran los pocitos.
  • No, Pichi. Disculpáme, pero lo que vos tenés es celulitis.
  • ¿Se acuerdan cuando nos hacían escribir penitencias en el pizarrón o en el cuaderno? Cien veces: “No debo escupir a mi compañerito”, “No debo pegar bolitas de moco debajo del pupitre”, “No debo volcar la tinta del tintero”
  • ¿Vos sos de la época del tintero de porcelana y del plumín, Sarita?
  • Sí, y a mucha honra. También del revolucionario tintero involcable, de la pluma cucharita, del limpiapluma de trapo, del papel secante, del ábaco, del guardapolvo almidonado con un moñazo atrás, de la cartuchera de madera…
  • ¡Ah, bueno! ¡Nos fuimos al palo mayor del barco otra vez!
  • Me quedo con mi infancia de vereda y potrero, y no con esta vida enjaulada.
  • ¡Ojo con tu discurso fascista, Nené! ¡Chin, chin!