por Irene Bianchi
  • ¡Qué alivio que se terminan las vacaciones! ¡No doy más! Quedé de cama.
  • ¡Cierto, Beba! Se acabó la tiranía de los chicos, por lo menos hasta el verano.
  • Yo creí que ya había zafado, pero ahora es peor, porque me tocan los nietos.
  • Peor yo. Hijos, no tengo, pero sobrinos nietos, a rolete. Tía abuela full time.
  • El invierno pasado fue más bravo, con la paranoia de la Gripe A.
  • ¿Habrá sido un bolazo inflado? Porque este año, ni se  tocó el tema, ¿vieron?
  • Es que vivimos al compás de lo que marcan los medios. La agenda la imponen ellos. Me pregunto cómo sería vivir sin diarios, radio, tele ni Internet.
  • Imposible. No se puede estar desinformada.
  • ¿Y en qué te cambia? Si una no tiene ingerencia sobre nada de lo que pasa. Te bombardean todo el tiempo con noticias tóxicas, y te apichonan cada vez más.
  • ¿Vos decís irte al medio de la nada, sin comunicación con el resto del mundo?
  • Tampoco para tanto. Lo que me pregunto es si, a esta altura, seríamos capaces de desenchufarnos un ratito, o si no soportaríamos el síndrome de abstinencia informativa. Como cuando te vas de viaje, ¿viste?, que ni te enterás de nada.
  • No me voy de viaje desde el “uno a uno”, así que no me acuerdo.
  • Cuando yo era chica, a la hora de la cena, mi viejo apagaba la tele.
  • No te apendejes, Carmen, que cuando vos eras chica, ni se había inventado.
  • En serio te digo. Había que conversar. Y ojo con levantarse de la mesa antes de que todos terminaran de comer. ¡Ardía Troya!
  • ¡No se puede “conversar” por decreto, Carmen! Menos con los adolescentes. Se vuelven lacónicos y parcos. Es más fácil hacer hablar a las piedras.
  • Sonaba el teléfono, y uno decía: “Disculpáme, pero estoy cenando. ¿Me llamás en un rato?” Ahora, hay que operarlos de los celulares para que los larguen.
  • Nunca los pulgares trabajaron tanto. Epidemia de tendinitis va a haber.
  • A mí me asombra lo veloces que son. Yo tardo media hora por mensajito.
  • Porque tenés los dedos gordos y además porque no abreviás.
  • No me gusta achicar las palabras. Se deforma el lenguaje. Los pibes cometen  “horrores” de ortografía. La hache no existe, la ve corta menos, y la zeta brilla por su ausencia. De acentos y signos de puntuación, ni hablar. El acabóse.
  • Leí que los adolescentes argentinos usan no más de 200 palabras para expresarse. Una pobreza franciscana.
  • Y ya lo advirtió el Presidente de la Academia Nacional de Letras: “Cuando al hombre se le reduce el vocabulario: se lo estrecha mentalmente, se lo somete intelectualmente, y pierde la posibilidad de matices de pensamiento crítico.”
  • ¿Pero entonces, esto es un plan deliberado?¿Para que se nos atrofie el cerebro?
  • Todo lo hace suponer. Los sujetos pensantes son peligrosos para el Sistema. La ignorancia es una prisión sutil, porque los barrotes no se ven.
  • ¡Pavada de metáfora, Leti!¡Te fuiste de mambo!
  • ¿Ves? Antes “irse de mambo” era irse a bailar el mambo; ahora, exagerar.
  • ¿Y “transar”? ¿No era sinónimo de negociar, convenir, pactar? Hoy es chapar.
  • ¿Chapar? ¡Qué antigüedad! ¡Se te cayó la libreta cívica, Beba!
  • ¿Ves que nosotras también teníamos nuestra jerga adolescente? Franeleábamos, chichoneábamos y rascábamos con un candidato que nos arrastraba el ala, nos chamuyaba y nos robaba un ósculo…
  • Para luego colgarnos la galleta. ¡Aguante el viejo lunfardo! ¡Chin, chin!